Como en todo puente vacacional, mi hija Margarita pensó que sería buena idea ir a un sitio próximo a Sevilla en donde podríamos pasar unos días inolvidables con nuestros queridos Abel y Saúl. Por eso, elegimos un lugar cercano de donde vivimos habitualmente para estar tranquilos y entretenidos tratando de conocer Écija, una ciudad tan cercana (a una hora exactamente de la capital andaluza), que bien merecía la pena visitar al fin.
La de veces que hemos pasado por su circunvalación o autovía, camino de Úbeda o de vuelta a Sevilla, haciéndonos siempre el mismo propósito: visitarla en profundidad, pues tiene tesoros en cantidad y calidad para no defraudar. Con nuestra decisión nos hemos sentido felices y agradecidos cuando, por fin, fuimos a patearla y conocerla, con fruición y largueza.
Como el jueves (veintisiete) era lectivo para la madre y vacacional para los niños y el abuelo jubilado, huimos de permanecer en nuestro domicilio habitual estos días, hasta que, después de comer, partimos, con un tiempo primaveral y soleado, de nuestra proverbial Sevilla (aunque con aviso de lluvia para el puente de Andalucía), tras una mañana, larga y trabajada, por parte de los mayores.

               


Con ilusión desbordada cogimos nuestro coche y, en una hora justa, nos pusimos en esta bella ciudad sevillana que no tiene nada que envidiarles a otras punteras de la región o del país. Gracias al GPS llegamos a la primera al hermoso piso, más que apartamento, reservado tiempo atrás, en una de las calles céntricas de la ciudad. Tuvimos suerte, pues hasta cogimos aparcamiento en la misma calle que nos serviría para todo el puente, ya que no pensábamos usar nuestro coche hasta que nos fuésemos el domingo, dos de marzo. Iríamos a todos sitios a pie, con el fin de recorrerla, conocerla y amarla como la joya de ciudad que es. Por sus muchos monumentos y palacios nos acordamos siempre de nuestra querida ciudad natal (Úbeda).
Tras instalarnos tan ricamente, dimos un agradable paseo por la calle en donde viviríamos esos días, con nombre muy castellano y literario, por cierto: Miguel de Cervantes; y desembocamos en la hermosa y peatonal Plaza de España, hasta que callejeando un poco llegamos a un restaurante que nos gustó ya en su fachada: María Castaña.

                                                                   
Entramos a cenar temprano y todo lo que vimos, aspiramos y comimos nos supo a gloria, tanto a los niños como a los mayores. Las fotos lo dicen todo. Destacar el AOVE con sal del Himalaya que nos pusieron al principio para mojar y que sabía a ricos huevos fritos que todos, pero especialmente los niños, paladeamos y rebañamos sin vergüenza; y los postres: la maceta y el bizcocho marroquí que terminaron de endulzarnos la cena de una manera portentosa. Ya antes de tomarlos, Abel preguntó lo que era la maceta y tanto él como Saúl quedaron encantados y satisfechos con la explicación del camarero. Apenas si me dejaron probarla y eso que era contundente. Estaba para chuparse los dedos, así como el bizcocho marroquí.

                                         
Satisfechos y con la panza llena (que ya no tenía pena), nuestra alegría, por este primer ágape del puente de Andalucía, era patente en nuestros semblantes, ya que prometía de veras…
Los niños viendo la tele (o leyendo, a veces, como Abel, pues Saúl está en pleno proceso de aprendizaje lectoescritor), y los mayores consultando posibles visitas para los días sucesivos consumimos nuestro tiempo en paz y armonía, buscando pronto el descanso sin agobios ni estrés, pues el viernes no había que madrugar ni ir a la escuela o al trabajo. ¡Estábamos de vacaciones…!
Tras una larga y tranquila noche, sin ruidos ni alteraciones, llegó la levantada a las 8,40 aproximadamente. Los niños son los que mandan, por lo que cuando ellos se despertaron todos empezamos a funcionar. Como había aviso de lluvia, nos enteramos de que en Sevilla estaba lloviendo, y adivinamos que ella vendría segura y seguidamente a visitarnos.

                                                                       
Nos dio tiempo a asearnos y vestirnos para irnos a la Plaza de España, a la que la gente llama cariñosamente El Salón (un sobrenombre muy bien puesto, pues cuando te encuentras en él sientes como si estuvieras en casa, aunque un tanto sobredimensionada, pero al aire libre). Allí estaba la churrería El Sevillano que expide churros con chocolate a mogollón. Yo me quedé cogiendo mesa, mientras la madre y los niños se pusieron en la cola, que ya empezaba a ser larga, para comprar churros -de dos clases- con chocolate para los cuatro. Quedamos bien satisfechos y, aunque iban a sobrar algunos churros, el abuelo, por aquello de que “en casa del pobre, reventar antes que sobre”, se los terminó de una sentada. ¡Estaban ricos y el chocolate, superior! Nos respetó la lluvia en el desayuno, puesto que empezó a caer cuando ya callejeábamos buscando el museo local y diferentes iglesias o rincones típicos que fotografiamos con largueza.
Entramos en el amplio patio que da acceso al Museo Histórico Municipal, enclavado en el Palacio de Benamejí, con múltiples salas ordenadas didácticamente por orden cronológico. Nos dieron cuatro audioguías que bien aprovechamos todos, niños incluidos. ¡Se sentían tan importantes e ilusionados marcando el número de la sala y escuchando sus explicaciones con música! Estuvimos bastante tiempo de visita. ¡Nos encantó la Amazona herida, joya primera y principal de la Astigi romana, encontrada precisamente en el Salón!

                           
No tuvimos demasiada suerte a su llegada pues su explanada de entrada estaba tomada por personalidades políticas o militares, con el fin de celebrar el Día de Andalucía. En el primer patio también había una banda de música de la que, cuando ya estábamos visitándolo, oímos los acordes de los diferentes himnos programados. Hasta a mí me costó descubrir entre uno de ellos que era el Himno de Andalucía… Luego, salimos satisfechos en busca de iglesias o lugares emblemáticos de esta ciudad que nos recordaba a Carmona en muchos de sus detalles y aciertos arquitectónicos.

                                     
Mientras la lluvia arreciaba visitamos el Hospitalico, Los Descalzos, la Iglesia de San Francisco y subimos a pie al mirador de Peñaflor, la oficina de turismo, donde nos informaron de lo más sobresaliente que podíamos visitar y disfrutar.
Como los niños se iban casando del continuado trajinar turístico, dejamos la visita para otro día de la Iglesia de Santa María. Quedamos admirados del monumento que hay en la plaza delantera y del barroco tan bonito de sus iglesias, camarines y esculturas.

                                                             
Para hacer tiempo, pues la lluvia caía mansamente por la ciudad, llegamos a preguntar si podríamos comer en el restaurante La Reja, pero no había plazas. El puente de Andalucía mueve a mucha gente y a la hora de comer se nota, pues todos los restaurantes están completos o casi, y más si son buenos; por eso pedimos cenar la siguiente noche allí y hubimos de volver a María Castaña, que sí tenía una mesa para nosotros cuatro.
Como era la una y cuarto nos fuimos al apartamento para repasar el examen de lengua de Abel, que estaba programado para el martes, y cambiarse los niños de zapatos, pues las botas katiuskas eran las apropiadas para ese momento en que los charcos y turbiones de lluvia eran lo más adecuado para disfrutarlas.

                                       
Cuando llegamos al restaurante María Castaña estaba a tope. Tuvimos que dejar los paraguas a la entrada pues el paragüero rebosaba. Y el Restaurante también. Nos dieron una mesa en la planta baja, en el salón de abajo junto a la entrada. Había unas cortinas de tiras metálicas que obnubilaron a los dos niños que no hacían más que coger un buen puñado de ellas a ver quién ganaba en su cantidad, hasta que tuvieron que dejarlo por el peligro que entrañaba de que se les cayese encima.
Pedimos dos primeros y dos segundos diferentes, pero muy sabrosos, aunque sucumbimos en el postre, pues los chicos repitieron la maceta y nosotros, los mayores, el bizcocho marroquí bañado en leche y canela, que colmó con creces nuestro voraz apetito. ¡Tuvimos suerte en encontrar nuestros cuatro paraguas a la salida!

                                     
La lluvia nos estaba esperando tranquilamente a la salida, por lo que caminamos bajo ella dulcemente en ese Día de Andalucía hasta que volvimos a nuestro piso. Los chicos, como son tan listos y avispados, desde el primer día se sabían el código numérico que nos abría la puerta de la calle y el piso; y, como buenos hermanos, se dividieron la labor de introducirlo fraternalmente, uno en el portal y otro en el piso.
Ellos, en esta ocasión, eligieron subir andando hasta la cuarta planta en la que vivimos, mientras los mayores optamos por el ascensor, lógicamente. Sus respectivas reservas y fortalezas nada tienen que ver con las nuestras, bastantes diferentes y muy gastadas y descompensadas. Así es la vida y de esta manera debemos tomarla.
La lectura de dos capítulos de Danny, el campeón del mundo de Roald Dahl, por parte de Abel, fue el colchón necesario para poder jugar y ver la tele con largueza. La siesta no existe para ellos, a no ser que vayamos en coche. La diversión y el juego son los principales ingredientes de la chiquillería que nos acompaña para que reine la paz en la casa y en la calle, por lo que estuvimos jugando -largo tiempo- al escondite (el piso, al ser grande, tiene todos los ingredientes y espacios necesarios para llevarlo a cabo); y al juego del cojín matador y paralizante que dio mucho salpichirri y fuelle para gastar la energía desbordante que tienen -por de más- Saúl y Abel.
También dio tiempo a leer y jugar con el móvil hasta que llegaron las seis y media en que nos fuimos a dar una vuelta por la ciudad, ya que no llovía y el cielo estaba tomando coloraciones rosicler y grisáceas muy bonitas, pues la noche quería vencer a la tarde en una abierta batalla.
Gracias a Dios que antes llegó el mantenedor del piso para ponernos a punto la calefacción, que no hubo manera de ponerla en marcha por nuestra parte, y el frío aún seguía haciendo estragos en el interior de las casas pues todavía está instalado en ellas.

                                       
Aunque nos llevamos los paraguas, la lluvia no hizo aparición en todo el tiempo que estuvimos fuera, mientras callejeábamos por nuevos itinerarios en busca de ignotas iglesias o monumentos que descubrir y visitar. La Iglesia de Santiago estaba cerrada pero su majestuosa torre nos encantó (una de las once que apuntan al cielo en esta bella ciudad, romana y barroca por excelencia). Con sus más de 40.000 habitantes muestra su pujanza económica y su preponderancia en la zona. Sí pudimos visitar la Iglesia de la Victoria que tenía enfrente otra iglesia, la de San Francisco de Paula que la lleva la cofradía de Confalón y ha quedado de almacén de tronos y enseres de Semana Santa.
Pensamos visitar la Iglesia de Santa María, la de San Juan y la de la Santa Cruz que estaban abiertas, pero al final solo entramos al Palacio de los Pareja, que es donde está la biblioteca municipal. Allí descubrimos una placa de cuando se inauguró por parte del alcalde (nuestro compañero safista de Úbeda, Juan Wic) y el presidente de la Junta de Andalucía. Permanecimos en la ludoteca hasta que llegó la hora de irnos a cenar.
Saúl y Abel disfrutaron de lo lindo jugando al “suelo es lava” que tanto ven por la tele, con los paralepípedos que allí estaban. Descargaron energías y se fueron con hambre desbocada a cenar en La Reja: un restaurante pequeño y coqueto, muy próximo al Museo Histórico Municipal. La abundante tortita de camarones y los calamares fritos acompañados con calamares del campo para los niños y los boletus a la plancha y el bacalao al pilpil de los mayores colmaron el hambre de todos. El postre de los niños (dos bolas de helado para cada uno, de nata y turrón) y la milhoja con nata y mermelada calmaron las ansias de dulce que todos llevábamos.
Salimos plenos de salud y satisfechos para ir caminando hacia casa, no sin antes haber reservado para la cena del día siguiente en La Reja y llegar a María Castaña para apalabrar la comida del sábado, pues los niños habían quedado enamorados de la maceta, que, como su nombre indica, es un postre que se sirve en su casco, rellenándola de bizcocho, nata, chocolate y helado. Se pirraban por ella ambos hermanos que la compartían, aunque casi siempre a regañadientes y con disputa. Y nos fuimos a casa, preparados para el descanso nocturno, tras leer un rato y ver una peli en la tele. Al día siguiente experimentaríamos nuevas experiencias que nos enriquecerían a todos.
Echamos una buena noche de sueño y descanso y eran poco más de las ocho y media del sábado, 1 de marzo, cuando nos levantamos los cuatro casi a la par. El día se presentaba luminoso y soleado, aunque en días anteriores la AEMET daba lluvia abundante, aunque preveía que a partir de las seis de la tarde la habría en abundancia alargándose durante toda la noche; aunque estas previsiones siempre pueden ir cambiado en función del viento y otros muchos factores. En Sevilla capital bastantes anuncios de lluvia se equivocan, por eso ponen el tanto por ciento, para curarse en salud.
Así que aprovechamos la mañana viendo y visitando todo lo que pudimos, sin prisa pero sin pausa, aunque de vez en cuando los niños protestasen porque ya estaban hartos de ver iglesias… Es comprensible a su edad, pero luego disfrutan y se lo pasan bien.
Lo primero que hicimos fue ir a desayunar a la cafetería Cinteria. Allí los mayores probamos el famoso mollete ecijano, pero sin untarlo con la manteca de color rojo, como aconsejan las guías turísticas, sino rellenándolo de lomo de orza, tomate o de aguacate y huevo frito… ¡Toda una delicia! Los niños se apuntaron al croissant tal cual y el colacao o zumo de naranja, por lo que todos quedamos satisfechos.
Luego, empezamos el peregrinaje por las limpias y cuidadas calles de esta joya sevillana. Íbamos en busca del Palacio de Peñaflor. Callejeamos tranquilamente siguiendo el mapa físico que nos facilitaron en turismo el día anterior, en lugar de poner el dichoso GPS que nos absorbe a todos de mala manera en el móvil. Es preciso liberarse de tanta pantalla ante las que todos nos sentimos atrapados; y de manera especial, los niños.

                                       
Abel sabe entender el mapa (incluso mejor que el GPS) y si había alguna duda la madre se la resolvía, por lo que llegamos sin novedad a las puertas del museo que íbamos buscando, pero fue entonces cuando nos dimos cuenta de que eran las diez y veinte y no lo abrían hasta las once. En sus puertas nos encontramos a un señor que nos recomendó viésemos Santo Domingo, en cuya torre hay un rosario gigante colgado que nos aseguró era el más grande del mundo. No llegamos a confirmar tal afirmación. También me preguntó si sabía yo lo que era un rosario y le dije que mi padre había hecho miles en su larga senectud y que algunos cientos se encuentran en Benín a buen recaudo, pues se los regaló a unos misioneros de allí. Entonces volvimos a la biblioteca pública un ratito a hacer una urgencia infantil y después visitamos la grandiosa iglesia de Santa María que teníamos pendiente del día anterior, con sus tres naves, que más parecía -por su altura y dimensiones- una catedral. Estaban preparando una boda… Además de echar muchas fotos que nos servirán siempre para recordar esta bella ciudad. Visitamos su claustro anejo, con su fuente de taza y pesada campana, restos históricos o arqueológicos de otros gloriosos tiempos.

                             
Después volvimos a visitar el Palacio de Peñaflor quedando todos impresionados con sus dimensiones, sus trampantojos en la extensa fachada, sus amplios y renacentistas patios y sus diversas y hermosas estancias que tenían marcada la huella del tiempo en todos sus enseres y con unas vistas inmejorables de esta ciudad, con sus once torres, ya en su torre más alta que sirve para observar desde el aire los cuatro puntos cardinales súper poblados de casas, iglesias y palacios señoriales. De los cuarenta sitios posibles de visitar en Écija, según la oficina de turismo, nosotros, al final, contabilizamos veintitrés visitas, que no está nada mal, yendo con niños y sin haber programado concienzudamente este entretenido, sorprendente y fructífero viaje.
Cuando salimos del mayestático palacio fuimos callejeando, fotografiando y entrando a las iglesias o recintos que nos permitían acceder. En San Juan tuvimos la suerte de oír sus campanas llamando a la oración, que grabé gustosamente, por cierto, y envié a mis amigos del WhatsApp. Luego, llegamos a Santo Domingo (la del inmenso rosario en su fachada), al Palacio de los Palmas y a la iglesia de Santa Cruz con sus ruinas adyacentes… Tuvimos que parar la visita, pues los niños empezaron a protestar nuevamente, pues querían ludoteca y hubimos de acceder a la biblioteca municipal para hacer tiempo a la comida, que la teníamos reservada en María Castaña, a las dos. En este viaje, con dos restaurantes buenos, nos hemos apañado bien. Que, además, estaban cerquita de nuestro hogar ecijano.

                                           
Comimos en su primera planta un menú distinto de los anteriores, sólo repetimos el guacamole, la maceta de postre y el bizcocho marroquí, que seguían estando para chuparse los dedos. Subimos a la terraza del restaurante para admirar desde allí sus vistas y los niños nos hicieron prometer que si volviésemos con ellos habríamos de comer o cenar en ella.
Después nos fuimos a casita para descansar un poco y hacer hora, pues a las cuatro habíamos quedado con la señorita del museo local, para visitar el Estanque Romano (donde nos enteramos que Astigi, que era el nombre romano de Écija, era una de las ciudades más importantes de la Hispania de entonces, como lo fuese Emérita Augusta, ubicaba en la Plaza de España o El Salón y alrededores); y la pequeña, pero providencial, Casa del arca (siglo XVI). Nos acompañó en la visita una pareja en la que ella era oriental y nos recordó que habíamos comido en la mesa de al lado del restaurante al mediodía (María Castaña) e hizo una graciosa genuflexión-saludo para despedirse.

                                           
Un poco cansados, nos volvimos a nuestro hogar para descansar, leer, ver la tele y jugar un rato, pues la ración de actividades lúdicas con dos críos de 9 y 5 años, respectivamente, es preciso tomarla cual si fuese alimento o líquido necesario para seguir funcionando y sentirse saludable.
También visitamos -por fuera- con doctas explicaciones de la guía, las Antiguas Carnicerías y la Casa del gremio de la Seda que fuimos marcando en el mapa turístico para llevar un listado de lo visitado. De todas formas, ya no somos los jóvenes turistas de antaño que queríamos verlo todo. Llevamos tiempo usando nuestra madurez personal y turística en la que se visita lo que se puede y/o apetece y nos sentimos tan contentos y felices por ello, sin estar defraudados por no verlo todo.

                                             
Viendo esta ciudad me he acordado lo que leía en el libro de la eterna viajera, la irrepetible ubetense, Mari Carmen Ruiz Ara: ANDALUCÍA: 365 EXCURSIONES, sobre Écija y no se equivocaba. Era y es una adelantada de su tiempo.
Estuvimos expectantes a la llegada de las seis de la tarde, por si se liara a llover y tuviésemos que permanecer en casa hasta que llegase la hora de cenar… Al final, no llovió hasta las diez de la noche, que fue cuando vinimos de cenar de La Reja opíparamente. La tarde se nos fue entre las manos mediante juegos y paseo hacia el Salón, en donde se lucían las comparsas de todo tipo y pelaje, cantando y actuando en el estrado preparado o en las diversas tabernas o bares, porque el carnaval ecijano estaba en su auge. Por las calles nos fuimos encontrando múltiples y diferentes disfraces y grupos que le daban aún más color y calor a la noche ecijana. Los carnavaleros estaban por todos sitios cantando, bebiendo y caldeando el ambiente carnavalesco que se respiraba en esta ciudad multifacética…

                                                               
Llegó la hora de cenar tempranito, sobre las nueve menos cuarto, y en un santiamén se llenó el restaurante. La despedida culinaria fue apoteósica: tortilla de espárragos, bastones de berenjenas con miel de caña, alcachofas confitadas con jamón, lomitos de salmón aliñado y los postres gloriosos: dos bolas de helado -de vainilla y turrón- para cada uno de los niños y milhojas y tarta de Santiago casera para los dos mayores. Lo dicho, quedamos plenamente satisfechos y con ganas de dar una vuelta para rebajar el exceso de calorías consumido. Nosotros siempre practicamos turismo gastronómico. Nos encanta…

                                                                   
Los niños que son los que mandan, en definitiva, querían ir a casa y ver una peli en la tele, por lo que tomamos rumbo a ella, para descansar y prepararnos para un reparador sueño nocturno. El domingo, dos de marzo, antes de las once, habríamos de dejar el piso y marcharíamos para nuestra casita sevillana que nos estaría esperando con los brazos abiertos.
Varias veces nos venía a la memoria un par de proverbios que se conocen por toda Andalucía: “Écija, «ciudad de las torres» y «La sartén de Andalucía». El primero lo comprobamos fehacientemente; el segundo no vamos a venir este verano a comprobarlo.
Esta ciudad me recordó -a veces- a Carmona por su limpieza, empaque y bien cuidada. No nos encontramos excrementos sólidos ni líquidos de perro por ninguna calle, lo que no ocurre por las calles céntricas de Sevilla (ni de Úbeda, por desgracia) que como no andes listo te llevas la caca y los meados pegados en tus zapatos…
Llegó la mañana de partida y como uno de los niños se encontraba indispuesto tuvimos que dividirnos en dos turnos para desayunar en una nueva cafetería, pues la del día anterior estaba cerrada porque era domingo.
La sorpresa me la llevé yo cuando iba a desayunar y me encuentro que la calle en donde vivíamos y aparcamos nuestro coche estaba medio vacía. Al ver un coche de la policía municipal echando fotos a los vehículos aparcados, le pregunté a un policía municipal o alguacil, como le llamamos en Úbeda, qué es lo que pasaba y si tenía que quitar el coche. Efectivamente, me contestó, puesto que iba a pasar pronto la Cabalgata de Carnaval por esta misma calle. Llegué tan a tiempo -como la bofetada de Carrasco-, pues estaban fotografiando y avisando a la grúa municipal del coche anterior al nuestro. Ya lo decía aquel: <<Dios escribe con renglones torcidos>>. Muchas veces los humanos no sabemos la suerte que tenemos hasta que no se presenta algo parecido o mucho peor a lo que acabo de describir.
El viaje de vuelta a Sevilla fue rápido y sin tropiezos. Ambos niños se durmieron. El cielo, aunque gris, se iba abriendo poco a poco, mientras en algunos momentos lloviznaba algo y había que encender el limpiaparabrisas. Llegamos sanos y salvos a nuestra querida Sevilla. Estaba súper tomada por las tribus de turistas que deambulaban por sus calles céntricas o principales. El Palacio de las Dueñas estaba a reventar. Tuve que esperar bastante con el coche, en su paso de cebras, para que cruzasen decenas de turistas en una fila interminable…

                                                           
Damos gracias a Dios que hemos vuelto sanos y salvos, además de satisfechos, de nuestra incursión a Écija que ha sido una caja de inesperadas y sorprendentes sorpresas que nos han alegrado el cuerpo y el alma…
Ya en casa, me he dado cuenta de dos cosas importantes para mi particular entender viajero. Una: que también Écija merecería ser Patrimonio de la Humanidad por su buena conservación, al ser romana y barroca al mismo tiempo. Dos: qué buen trabajo y ejemplo para mi querida Úbeda nos da Écija con su hermoso parking bajo la Plaza de España o el Salón. sin comerle nada a la plaza, dándole entrada natural, como en cualquier sitio de España. Todo lo contrario de lo mal que lo hicieron en la Ciudad de los Cerros, con la boca de metro horrorosa que nos dejaron para la posteridad…

Sevilla, 2 de marzo de 2025.
Fernando Sánchez Resa