Hoy voy a ser yo, Abel, quien cuente nuestra epopeya cotidiana de irnos en Año Nuevo, a Vila Real de Santo António para pasar cinco días y cuatro noches en una coqueta y económica casita que había apalabrado, hacía bastante tiempo, mi querida mamá, tan previsora en todo, como siempre…
Nuestras expectativas de viaje y diversión estaban abiertas a todo, pues quitando el alojamiento, lo demás lo dejamos al albur, o sea a la buena de Dios. Esperábamos tener suerte. Son más o menos las palabras que mami nos ha repetido varias veces antes y después del viaje. Ella siempre dice que al viajar con nosotros, Saúl y yo, todo es imprevisible y hay que ir dejando que el día a día nos marque cómo divertirnos y pasárnoslo bien.
Así que el mismo día 1, con el año 2025 recién estrenado, nos levantamos con mucha ilusión y alegría para desayunar pronto y comer también temprano en casa de la ía lo que más nos encanta a los dos: bacalao dorado a la portuguesa, pero con el toque tan especial que le da nuestra querida abuelita Margarita.
Teníamos que estar en nuestro lugar de destino a partir de las cuatro de la tarde. Por eso el ío fue a por nuestro coche, lo cargaron mami y él y nos recogieron en casa de la ía para, en hora y media, aproximadamente, llegar a nuestro lugar de destino: Vila Real de Santo António, que aunque lo habíamos pasado o visitado otras veces, esta vez lo íbamos a conocer e investigar más a fondo y mejor.
Nada más salir, Saúl cogió un profundo sueño. Yo tardé un poco más, pero -al final- caí en los brazos de Morfeo, como dice el ío… Hacía un día espléndido y soleado en Sevilla que, para ser invierno, no nos podíamos quejar. La misma temperatura e igual cielo azul había en la zona de Portugal a dónde íbamos, en el Algarve, cuya capital es Faro.
Mamá llamó al casero cuando pasamos por el puente que une España con Portugal y él le dio las instrucciones pertinentes para que pudiésemos llegar, a la primera, a nuestro ansiado destino. Al llegar, ya estaba el señor esperándonos. Nos abrió y mostró cómo funcionaba todo.
Nos gustó la casita nueva como si fuese un dúplex, con primera y segunda planta, con los techos inclinados en demasía, junto al tejado, con los que el abuelito se daría más de un tope en la cabeza, cuando se le olvidaba donde estaba. Aparcamos nuestro coche casi al lado de la casita alquilada y tras descargar lo que traíamos, que no era gran cosa, nos fuimos paseando para cenar en cualquier restaurante cercano. Al final fuimos a uno bastante caro que se encontraba en la Avenida de la República que discurre junto al río Guadiana. A la entrada había un acuario con langostas y cangrejos que daban miedo a mi hermano Saúl. Nosotros estuvimos viéndolo y echándole fotos. También preguntamos por un cuadro donde se veía un faro envuelto en olas, pero nos dijeron que no era el Farol (faro, en portugués) de aquí. Un camarero nos preguntó si teníamos reserva. Al no tenerla, nos llevaron a un comedor distinto del de los distinguidos, donde nos sirvieron el petisco (entrante o tapa) superabundante, consistente en pan, quesos, paté de sardinas, etc., por lo que pagamos la novatada pues eso encareció el menú bastante y nos quitó las ganas de comer los platos siguientes. Estaba bueno, pero al final consumimos muy poco y nos lo llevamos para casa, pues estaba bien cobrado y pagado. La crema de legumbres y marisco que tomaron los mayores, así como las almejas de carril que probamos todos estaban buenísimas. Luego, nos fuimos tranquilamente a casa a descansar, pues el día había sido largo, intenso y bien trabajado.
De lo más contento que estaba era de que hubiera televisión y pudiéramos ver dibujos animados y películas, aunque fuese en portugués. Si, al final, casi lo entenderíamos. Como hay ratos para todo, también me traje un libro para leer, que me encanta: El pequeño vampiro en la granja, que es el cuarto de la colección que ya leyeron mi madre y mi tía Mónica de niñas, aunque yo lo estoy haciendo a una edad todavía más temprana. Mira que mi afición iba y va por otros caminos, como las Matemáticas o los juegos en pantallas, pero también me estoy aficionando a leer por placer. Me encanta. Veo a mis padres e íos muy ilusionados con esta afición. No sé por qué será…
A la noche hicimos el reparto de camas y a mí me tocó dormir con el ío en el dormitorio de arriba, que tenía dos con su edredón, sin sábanas ni mantas, mientras que mi hermano se quedó con mamá en el de abajo.
Dormí mi primera noche de un tirón y bien arropado con el blanco edredón nórdico que tenía en mi cama. Según me cuenta el abuelito, las veces que se levantó esa noche siempre me pilló bien arropado, costumbre que no suelo tener en casa.
El segundo día también fue estupendo y divertido. Nos levantamos, nos aseamos y desayunamos en casa con los restos de la noche anterior. Las tostadas que nos hicieron mamá y el abuelito estaban riquísimas, pues nosotros mismos las untamos con mantequilla o queso del petisco de la pasada noche.
Luego, como mi hermano quería montarse en el barquito, como él le llamaba, mamá y el ío vieron bien que lo tomásemos hacia Ayamonte, para visitarla y comer en su Parador de Turismo que se encuentra en lo más alto de la ciudad, para luego, por la tarde, volvernos en el mismo barquito, bueno barcaza, que cruza en un cuarto de hora aproximadamente este lindo río que divide y a la vez une España con Portugal o viceversa.
Nos encantó la travesía a todos, especialmente a Saúl y a mí. Tanto es así que aunque al principio nos metimos en la cabina por el fresquito reinante en el exterior, a pesar del sol radiante, finalmente nos salimos los cuatro y, en la proa del barco, disfrutamos de un viaje muy divertido viendo las dos orillas del río y los pueblos que forman una postal continuada, según me apuntaba el abuelito. Tanto en el atraque como el desatraque estuvimos los dos hermanos muy atentos para ver cómo se hacía y enganchaban o desenganchaban el barco con las estachas de amarre en las cornamusas (todo esto lo he aprendido del ío que hizo la mili de marinero en Melilla, en la Compañía de Mar).
Campantes e ilusionados atravesamos todo Ayamonte andando, charlando, viendo y fotografiando rincones o monumentos principales, esto último lo hicieron los mayores del grupo. A mi hermano y a mí lo que más nos gustó fueron los tres pilares de agua limpísima que había en una de sus calles, como antiguamente tenían muchos pueblos para que abrevaran los animales a la salida o entrada, según nos contó el abuelito que así pasaba en su calle de Úbeda, Llana de San Nicolás, donde vivió hasta los 16 años; y un pozo de agua muy caudaloso, con su hermoso brocal correspondiente, que tenía la boca tapiada con láminas de hierro, dejando algunos espacios entre ellas, y del que no queríamos despegarnos ni a la subida al Parador, ni tampoco en la bajada.
Nos llevamos una gran decepción, pues cuando llegamos a todo lo alto del pueblo resultó -lo comprobamos desgraciadamente- que estaba cerrado hasta febrero. No tuvimos más remedio que volver a la zona céntrica, que está pegada al puerto, para buscar un restaurante que nos diera de comer en una mesa del exterior, donde hacía un sol espléndido y la gente andaba fresca y tomándolo cual medicina imprescindible.
Mamá consultó con google, que todo lo sabe, para ver qué restaurante nos recomendaba. Al final elegimos Restaurante Barberi donde pedimos, mi hermano y yo, sendas tortitas de camarones y dos hamburguesas completas que nos acallaron el hambre que llevábamos por la gran caminata que habíamos hecho. Mami y el ío, siempre amantes del pescado, y más estando en un puerto de río, también quedaron satisfechos con el pescado y acompañamiento que pidieron. Lo mejor fue nuestro postre: dos coulants calentitos que estaban deliciosos. El ío, con su arroz con leche, que nos dio a probar a ambos nietos, también quedó pleno y satisfecho. Cuando hablan mami y él siempre dicen que es importante hacer turismo y conocer lugares bonitos, pero no hay que dejar atrás el turismo gastronómico de cada lugar o región que se visita.
Tras un paseo por las principales calles, donde había mucha gente, nos dirigimos al puerto para sacar los tiques del ferri y volver a nuestra tierra de vacaciones. Así lo hicimos y nos dio tiempo para disfrutar de la tarde en Vila Real, puesto que jugamos siempre con el diferente uso horario de ambos países. En España vamos adelantados una hora con respecto Portugal, por eso, cuando llegas allí, te encuentras con que es una hora antes sin hacer nada por ello. Hasta los móviles de mamá y el ío se volvieron locos cuando, tan pronto estamos en Portugal como en España, hasta que ya se apaciguaron y sabían dónde nos encontrábamos exactamente y qué hora era en cada lugar. El móvil, en España sólo marca una hora, la oficial, mientras que en Portugal pone las dos horas para saber distinguir en qué país estás y la diferencia horaria.
Estuvimos visitando un mega belén impresionante (Presépio Gigante de VRSA, lo anuncian en portugués) en un edificio antiguo muy céntrico, antiguo mercado, en donde entraba mucha gente: Centro Cultural ANTÓNIO ALEIXO. Nos encantó a los cuatro, pues era inmenso y decía que habían llevado un montón de toneladas de arena. Había toda clase de figuras y detalles bíblicos del nacimiento y la infancia del Niño Jesús. Una de las cosas que más nos gustó (tanto a Saúl como a mí) fue echar dinero en sus fuentes o lagunas, que había bastantes, así que dejamos «empelonchados» a mamá y al ío que fueron los que nos dieron las monedas-limosnas. Echamos un buen rato viendo todos los detalles y comentándoselos a mamá y al ío. Estaba todo lleno de luces que de vez en cuando se iban oscureciendo para simular que llegaba la noche. Muchas piezas o personajes se movían como si fuesen reales y tuviesen vida… ¡Estaba precioso y original!
Luego nos dimos una vuelta por la plaza principal del Marqués de Pombal, donde habían instalado unas navidades de luces y puestos de venta y diversión, para verlos y comprar, si el dinero daba para tanto.
A mí lo que más me gustó y practiqué fue una atracción de baloncesto que valía un euro y que, según dijo el ío, se me daba muy bien. Y la verdad es que como, además, él me ayudó, llegamos a encestar tanto que superamos todos los retos que nos ponían y fuimos la admiración de los que nos observaban, que hasta nos aplaudieron.
Esa tarde tuve la suerte de encontrarme con una familia que jugó muchas veces. Se ve que serían ricos o así lo parecían, pues no paraban de echar monedas aquí y allá en los diversos juegos o máquinas de la plaza. Me invitaron a jugar con su hijo, que era de mi edad y altura, e hicimos una pareja impresionante. Él me invitó a jugar tres veces y yo dos. Hicimos infinidad de canastas y superamos varios retos, la gente que nos observaba nos aplaudió por ello.
Luego nos fuimos a cenar al buen tuntún y acertamos de pleno, pues llegamos a un restaurante casero o familiar que se llama Restaurante Cuca, que además de barato en todos sus platos y –sobre todo- sus postres estaban para chuparse los dedos. Pedimos bacalao dorado para nosotros dos y los mayores quisieron sopa de legumes y brocheta de langostinos con guarnición que, según nos dijeron ellos, estaba todo buenísimo. Los postres estaban exquisitos. Podíamos elegirlos directamente ya que estaban expuestos en un frigorífico de cristal transparente para que no nos equivocásemos eligiendo el que más nos gustase y cambiándolo en cada comida o cena.
Esa tarde, de tanto darle al diente o pala de arriba, que se me movía como un cencerro, se me cayó. Ya no tendrá la dentista que extraérmelo. A ver si el que me queda por caer de la mandíbula de abajo corre la misma suerte. Estuve esperando con ilusión lo que me iba a traer el Ratoncito Pérez por la noche. Saúl se aprovecha de esta situación y manda que el abuelito escriba una nota dedicada al Ratoncito Pérez para que no se olvide de echarle lo mismo que a mí. ¡Qué cara tiene el tío!
Luego estuve leyendo en casa y quise jugar dos partidas de ajedrez, el ío con las blancas y yo con las negras, que perdí por los pelos, pues el abuelito tuvo que dedicarse a fondo para ganarme. Cada vez le cuesta más trabajo porque ya voy comprendiendo este matemático juego que, por cierto, me encanta…
Nos acostamos a las diez o así, hora local, las once en Sevilla, con la ilusión de que me visitase el Ratoncito Pérez. Lo que hizo. Pues nada más despertarme, a las ocho, fui a ver mis regalos y me quedé satisfecho. Tenía tres euros y una moneda grande de euro de chocolate, como la que nos echan todos años los Reyes Magos. A mi hermano le había dejado igual…
Hoy viernes, después de eso, surgió un problema pues mamá quiso lavarme la cabeza pero yo me encabezoné en que se lo hiciera primero a Saúl y al final por mi empecinamiento todo se trastocó, por lo que hemos quedado para hacerlo mañana. Espero estar de mejor talante y dejar mis rabietas a un lado…
Todas las noches rezo con el ío, ya en la cama y a oscuras, un Padre Nuestro y un Ave María, para que no haya guerras, ni odios y todas las personas y familias gocen de buena salud y no les falte alimento.
La noche en que vino el Ratoncito Pérez me desperté un par de veces y estaba nervioso porque quería encontrarme con él o verlo, pero no lo conseguí. Le pregunté al abuelito si él lo había visto o hablado con él, ya que se levanta varias veces en la noche para ir al baño, pero tampoco tuvo la suerte de encontrarlo. Otra vez será. De todas formas estuve soñando con él y pensaba que me traería un móvil con muchos juegos de los que más me gustan, un mando de la play station y alguna cosa más. Cuando me desperté y vi lo que me había dejado, me puse contento y me conformé.
Retomando mi relato, desde que me levanté el día 3, viernes, tras la rabieta referida, reaccioné y ya nos fuimos todos a desayunar a una padaria (panadería, en portugués) que había en nuestra propia calle, al igual que el Restaurante Cuca. Los niños tomamos un pastel portugués de crema, creo, que está delicioso y es parecido al que tomamos todos los viernes cuando salimos de Kindermundi, y un cruasán compacto, no flojo como el que tomamos en Sevilla, que también estaba buenísimo y del que nos dejamos la mitad cada uno para que al siguiente día, sábado, nos lo pudiésemos desayunar en casa con un batido de chocolate que tanto les gusta a mi mamá y al ío y que le llaman Ucal en Portugal. Ellos tomaron sus tostadas completas, que eran abundantes, con aceite de oliva virgen extra, que roció la panadera con un bote de espray para no perder una gota de aceite.
Luego, como mami y el ío necesitaban dinero en metálico, pues aunque habían traído alguno, hay sitios, aquí en Portugal, donde no se puede pagar con tarjeta (por ejemplo en los desayunos y en Cuca), creían que les iba a faltar. Por eso pensaron ellos, en un principio, irnos todos con el coche a Ayamonte, pero al final lo hicimos en nuestro ferri querido por sugerencia de Saúl que fue quien tuvo la idea. Lo primero que hicimos al llegar a Ayamonte fue sacar dinero de CaixaBank, luego nos dimos una vuelta a pie por las calles aledañas y principales mientras preguntábamos a la gente, muy amable por cierto, cuándo y dónde saldrían los Reyes Magos, pues aunque la idea de mamá era ver la cabalgata de Reyes en Sevilla el día 5, por la tarde, con nuestro amigos Ignacio y Ana, resulta que los pronósticos meteorológicos daban lluvia para ese día, por lo que Sevilla y otras ciudades de Andalucía, incluida Ayamonte, la adelantaron al día 4, aunque los Reyes llegarían a esta ciudad en el ferri que nosotros habíamos cogido ya cuatro veces. Aunque, luego, pensaron mamá y el abuelito que era un follón aparcar allí ese día y tanto peor, si además lloviese, como ocurrió esa tarde del 4 en Vila Real de Santo António.
Disfrutamos de un viaje fluvial, por partida doble, en la proa del barco, con un frío que pelaba, pero que era nuestra santa voluntad infantil: la de mi hermano y la mía la que primaba, como es lógico. Luego, volvimos a la hora, pues el mismo ferri salía a las medias horas de Portugal y a las horas en punto de España.
Comimos repitiendo un buen y barato menú en el Restaurante Cuca, donde tuvimos que esperar un ratito y comer dentro, aunque apetecía al aire libre, pues estaba repleto de gente y con larga cola esperando. Para que no nos pasase eso reservamos allí, para esa noche, a las 20 horas, la cena. El primero o segundo plato que tomamos, la mayoría de las veces, era para compartir entre los cuatro o los dos niños. Lo que más nos gustó siempre fueron los postres que veíamos en la vitrina frigorífica y se nos hacía la boca agua ya antes de pedirlos. Los postres siempre han sido los momentos más dulces y pacíficos de todos estos días de vacaciones portuguesas. ¿Qué hará el dulce y el azúcar en nuestro organismo para provocar tanta felicidad y paz?
Luego fuimos en coche a un pueblo cercano llamado Castro Marim que tiene dos castillos. Uno medieval y otro algo más moderno. El primero era el que se podía visitar, en lo alto de un monte, con unas vistas extraordinarias de la comarca. Es medieval y está medio derruido, aunque tiene partes restauradas que incluso sirven para hacer representaciones en verano, me figuro yo, porque se ven luces y un estrado grande ante la fortaleza. Era muy barata su entrada y lo conocimos de cabo a rabo. Llegamos hasta allí en coche por sus sinuosas calles próximas al castillo, hasta que tuvimos que dar marcha atrás y aparcarlo junto a una basílica preciosa, al menos por fuera, que es lo que pudimos ver, con dos grandes torres circulares que impresionaban por su luminosidad, grandeza y belleza.
El coche, una vez estacionado, olía a quemado, no sabemos si por la larga maniobra de marcha atrás que el abuelito hizo o por cualquier otra razón. Luego, subimos una escalera de madera con peldaños muy amables ya que tenían poca altura, hasta que penetramos en el castillo. A mi hermano y a mí nos regaló la señorita portera dos coronas de papel para que nos sintiéramos reyes. Y así lo creímos a lo largo de todo el recorrido con ellas puestas.
Empezamos visitando la iglesia que había en el centro del castillo con sus joyas y leyendas en portugués. Después pasamos por viviendas derruidas o caballerizas hasta que subimos al adarve que nos proporcionó unas vistas impresionantes desde las alturas con el pueblo a nuestros pies. A lo lejos se veía nítidamente el puente blanco internacional que une España y Portugal sobre el río Guadiana, separándolas y uniéndolas al mismo tiempo, junto al blanquísimo y compacto Ayamonte, donde habíamos estado doblemente. Visitamos hasta una cámara de los horrores que allí habían instalada, asustándonos bastante con los muñecos que representaban escenas macabras y deshumanizadoras de lo que hacían con los no cumplidores de la ley civil o religiosa de entonces. Todo ello explicado con detallados paneles y muñecos representativos. Lo pasamos rápidamente.
Desde las alturas también observamos unas bandadas de pájaros magníficas que volaban en turbiones, subiendo y bajando por el inmenso horizonte, siguiendo siempre al líder del grupo, sin que se tocasen ni un ala. Mi hermano y yo quedamos impresionados.
Después, bajamos tranquilamente de las alturas y nos topamos nuevamente con la escalera amable de madera, lo que nos sirvió para declamar, tanto mi hermano como yo, una retahíla de las muchas que sabemos y aprendemos en el cole durante el recreo o con nuestros amigos jugando y que hubimos de grabársela por partida doble al ío para que luego se acordase de ponerla en esta crónica. Fue la siguiente: primero… león; segundo… campeón; tercero… pistolero; cuarto…lagarto; quinto… laberinto; sexto… baloncesto; séptimo… culo fresco. Yo fui león, mi hermano campeón y el ío pistolero…
Después cogimos el coche para visitar dos belenes especiales que había anunciados en este pueblo. Uno era de figuras de croché, muy bien elaboradas (nos acordamos de cuánto le hubiera gustado visitarlo a nuestra ía, por eso le mandamos muchas fotos para que lo disfrutara), y que estaba instalado en una antigua iglesia. Otro estaba montado sobre sal, de manera que parecía que todo el belén estaba asentado en la nieve, mientras leíamos en los carteles que el suelo era de sal auténtica, producto muy abundante aquí, por las salinas que dispone y tiene. Yo, no fiándome y por indicación del ío, la probé y puedo certificar que era sal pura, pues me supo bien salada. El otro castillo, que se veía a la misma altura del Castillo de la Orden de Cristo que habíamos recorrido y pateado anteriormente, era más moderno (no sé si del siglo XVII o XVIII ni su nombre). No se podía visitar, por lo que nos conformamos con las preciosas vistas que tenía y las fotos que echaron mami y el abuelito.
Ya, atardeciendo, nos volvimos por la misma carretera que habíamos venido a la ciudad en que pernoctábamos en estas mini vacaciones, con el miedo a que el coche nos fallase por el olor a quemado que desprendía. Pero llegamos sanos y salvos…
A la noche, volvimos a cenar en el Restaurante Cuca que tanto nos gustó desde el primer día por su comida casera y baratura. Los postres, repito, son lo que más nos encantaron a todos y eso que el bacalao dorado y todos los platos de pescado estaban para chuparse los dedos.
Por la tarde también estuvimos en la plaza principal, donde está la iglesia y el ayuntamiento, y había instalada -para estos días navideños- VILA NATAL. Había varias atracciones y puestos de venta de comidas y otras muchas cosas. A mí lo que más me gustó fue una máquina en la que, con un euro, podías tirar canastas y conseguir puntos al encestarlas y con retos sucesivos que te hacían poder alargar el juego si eras experto. Yo, como llevo ya jugando al baloncesto en el equipo Fresas de la Safa de Sevilla durante dos años, suelo encestar bastante (el ío me premia las canastas que hago en los partidos), pero si, además me junto con una buena pareja, como era mi abuelito, que también de joven jugó en el equipo de baloncesto junior de la Safa de Úbeda, todo nos fue a las mil maravillas. Conseguimos varias veces pasar de 200 puntos; las mejores marcas fueron 246 y 262 puntos, aunque lejos de los 390 que ponía como récord en pantalla, que yo creo que era un engaño y no hay nadie que llegase a ese marcador.
Llegó la noche y volvimos a casa para ver un rato la tele, leer mi libro de Rüdiger (El pequeño vampiro) y luego jugar con el ío al ajedrez. He jugado ya cuatro veces al ajedrez con el abuelito y aunque en estas dos últimas ocasiones no le he ganado he estado a punto de darle jaque mate, a él le ha costado vencerme el pulso. Se ve que poco a poco voy aprendiendo. También jugamos, al día siguiente, sábado, a la oca con mi hermano y él ganó dos veces, yo otras dos y el ío cero. Le demostramos al abuelito que somos mejores y le ganamos. ¡Cómo nos gusta ganar a todo, tanto a mi hermano como a mí, y qué mal nos sienta cuando perdemos como a cualquier niño que se precie! Volvimos a lavarnos los dientes y a cambiarnos de ropa para dormir tranquilamente las diez horas o más reglamentarias que nos pide nuestra edad y naturaleza.
El sábado amaneció radiante y esplendoroso con una temperatura fresca pero agradable y más cuando iba avanzando el día. Tras desayunar en casa, con nuestra tostadora, pan, quesos, mantequilla y Ucal, quedamos satisfechos y dispuestos a visitar la playa más cercana. Por eso nos desplazamos al pueblo de al lado: Monte Gordo, apreciando que era eminentemente turístico, pues tiene un hermoso camping y unos hoteles impresionantes con muchas alturas. Aparcamos cerca de la hermosa y extensa playa y fuimos a verla, pasearla y disfrutarla. Era inmensa e impresionante. Así de bonitas son todas las del litoral del Algarve portugués bañadas por el Atlántico que hemos visto nosotros.
Nos gustaron sus pasarelas de madera. Hicimos competiciones de carreras, Saúl y yo, para ver quién llegaba antes o tardaba menos en recorrerlas. Allí jugamos también a perseguir y descubrir huellas, destruir montones de arena que en un tiempo fueron castillos y recoger una buena colección de conchas. Las mías las dejé de recuerdo en una tumbona de plástico, las de mi hermano se las trajo a Sevilla pues quería regalárselas a papá. Después nos volvimos por donde habíamos venido y nos llegamos a un parque de aventura en pleno monte de los que a mí me gustan tanto. Hice algún recorrido interesante, pero se ve que era para personas más mayores que yo, por su dificultad y altura, y como teníamos que comer lo dejamos para otra ocasión. Mi hermano también lo intentó pero solo hizo un pequeño recorrido.
Nos volvimos a Vila Real para la comida y nos instalamos en uno de los varios restaurantes que hay en nuestra misma calle. Los mayores iban buscando tomar la famosa cataplana, pero no la encontraron, puesto que ese día no había almejas en el restaurante, que son imprescindibles para elaborar este suculento plato portugués. Se lo pediremos que nos la haga la ía (que es muy lista y sabe de todo) cualquier sábado o domingo que comamos en su casa. Así que nos sentamos en uno al aire libre y los mayores pidieron lubina mientras que nosotros elegimos una pizza Margarita infantil para cada uno. Estaba buenísima. No podían faltar los esperados postres… Yo pensé que podíamos volver a la noche y tomar espaguetis a la boloñesa, pero luego la cosa se desarrolló de otra manera, ya que nos volvimos a casa a descansar, leer, jugar al ajedrez y a la oca y luego, más tarde, al juego en el que el ío era el monstruo que tenía que pillarnos o averiguar dónde estaba nuestro escondite. ¡Qué bien lo pasamos burlando la vigilancia del monstruo!
A la noche también jugaríamos a que tanto mi hermano como yo éramos robots y teníamos que obedecer al ío, que era nuestro amo… De esta manera ni mi hermano ni yo protestamos ninguna orden, como fuera besar o abrazar muchas veces a mamá, leer yo muchos capítulos del libro que traigo entre manos, cambiarnos rápidamente poniéndonos los pijamas, lavarnos los dientes, etc. Nuestros nombres como robots nos los puso el ío y por ellos nos llamaba en el juego. A-1 era yo, por aquello de que me llamo en la vida real Abel. S-1, era el nombre de mi hermano, por aquello de que se llama Saúl. Así que no tuve ninguna rabieta entonces, pues todas las órdenes que nos hacía nuestro jefe las ejecutaba con alegría y sin rechistar y hablando con voz metálica como si fuese realmente un robot. Todo discurrió miel sobre hojuelas, como suele decir el ío.
Estando en la plaza del Marqués de Pombal empezó a chispear a eso de las cinco de la tarde y nos fuimos rápidamente a casa con tal de no mojarnos. Luego volveríamos a cenar al Cuca buscando, como siempre, buen pescado y mejores postres. Tras la temprana cena, nos dimos una vuelta por el centro. La plaza estaba desierta pues habían cerrado todas las tiendas y negocios. La lluvia había espantado a la gente…
Menos mal que no habíamos ido a Ayamonte como pensaron mamá y el ío en principio, pues lo mismo estaría ya lloviendo por allí y la cabalgata de reyes se habría deslucido. Nos volvimos a casa viendo en la tele una película en portugués, que no voy a decir que la entendiera, pero ya nos iba sonando este idioma tan meloso y parecido al gallego que tanto le encanta a mamá, al ío e incluso a la ía que hasta está estudiándolo todos los días en el Duolingo.
Esa noche nos fuimos a dormir temprano puesto que al día siguiente, antes de las once, tendríamos que dejar nuestra querida casita portuguesa, que tanto nos ha gustado a todos, y marchar para Sevilla donde la ía nos tendría preparada la paella de marisco que casi todos los domingos tomamos con gran regusto de todos.
¡Ojalá tengamos buen viaje y cuando lleguemos seguro que ya estará pensando nuestra mamá qué regalo de viaje sorpresa nos va a preparar para el próximo puente o mini vacaciones, que está a la vuelta de la esquina: finales de febrero!
Nos despertamos todos temprano, ya que nos habíamos acostado pronto. Eran las ocho de la mañana y ya el cielo andaba encapotado y con ganas de lluvia. Raudos nos levantamos y preparamos para desayunar en la misma calle en donde vivimos, en la misma padaria en la que habíamos desayunado otros días. Los niños elegimos la bollería tan rica que hacen en esta tierra, mientras que los mayores quisieron su tostada, que en lugar de con aceite, como a ellos les gusta siempre, se la pusieron con mantequilla que es lo que se lleva por esta tierra si no se lo adviertes antes. Degustamos todo con no demasiada calma y fuimos a dar una vuelta por la Plaza del Marqués de Pombal, por si estaba abierto alguno de los chiringuitos de juego que nos gustaban tanto a mi hermano y a mí, con el fin de hacer nuestras últimas partidas en esta bella tierra, pero no fue posible porque estaban todos cerrados y bien amarrados para que no entrase la posible lluvia que cayese durante este día. Por eso, nos volvimos a nuestra casita para terminar de recoger todo y dejarla lo más limpia y decente posible pues habíamos quedado como tope que a las once devolveríamos las llaves, dejándolas sobre la mesa del salón-comedor-cocina y tirando de la puerta al marcharnos.
Antes, nos dimos un paseo mañanero los cuatro por la Avenida de la República que discurre paralela y junto al río Guadiana para llegar a ver dónde estaba aparcado nuestro coche. Mami lo cogió para volver a casa y cargar todo nuestro equipaje mientras Saúl y yo, nos quedamos jugando y disfrutando con el ío por el gimnasio callejero que hay junto al río. Todos los aparatos los probamos y algunos hasta varias veces. Cuánto disfrutamos y qué cantidad de fotos y vídeos nos hizo el ío, que luego visionaremos concienzudamente cuando estemos en nuestro hogar sevillano. Al buen rato llegó mami con el coche y ya nos montamos todos para volver a España conduciendo nuestro abuelito. Ellos iban un poco preocupados porque el coche seguía oliendo algo a quemado desde ayer que volvimos de Castro Marim. Si persistiera, tras el viaje de vuelta, ya lo llevarían al taller para la revisión. Íbamos contentos porque volvíamos a casa pensando en los Reyes Magos que ya estarían en camino. Se nos hizo el viaje más corto que el de ida. En esta ocasión yo no me dormí, mi hermano sí lo hizo, pero estando ya bastante cerca de Sevilla, a unos 30 kilómetros, aunque quería que lo bajásemos del coche porque se quería salir y es que estaba nervioso y cansado y le picaba mucho el sueño, que por fin cogió. Por el trayecto de vuelta jugamos a contar los coches que adelantábamos o los que nos pasaban hasta que nos cansamos. Al preguntarnos mami qué cosas nos habían gustado más, yo le respondí que el juego de la canasta, el barquito y lo postres ricos que tomamos todos los días de vacaciones. Mi hermano le contestó que le encantaba otro juego que se llama Air Hockey, en el que se desliza una ficha redonda y grande en una gran pista y los dos jugadores intentan pararla o mandarla a la otra portería para marcar goles, cuantos más mejor, y así ganar más puntos, así como el barquito y los postres ricos. Y eso que en varias comidas pedimos bacalao dorado que nos encanta, aunque reconocemos que el de la ía está mucho mejor y así se lo dijimos por teléfono una de las varias veces que la llamamos para saber de ella. Y por supuesto, los dulces que tomamos y la televisión que vimos que, aunque en portugués, nos encantó de veras.
Llegamos sobre las doce y media a Sevilla con un tiempo soleado. Después de descargar tanto en nuestra casa como en casa de la ía, me fui yo solo con el ío a encerrar el coche en el aparcamiento y aprovechamos para recoger las cuatro raciones de paella de marisco que había encargado en Santi Paellas la ía para comer hoy. También hablamos de querer repetir la experiencia de volver a Portugal ya mismo, pues preferimos eso a tener que empezar nuevamente el cole y las tareas cotidianas. De hecho la votación que hicimos a mano alzada para averiguar quién quería volver a Portugal o quedarse en Sevilla ganó democráticamente, por cuatro a cero, la primera opción.
Y es que tanto mamá como el ío cuando hablan de este país se les nota -y mucho- que lo aman y les encanta viajar allí por muchas razones: por su gente, por sus monumentos, por su gastronomía, por el mismo idioma meloso que se habla en esa tierra, aunque bien que nos entienden a los españoles, seguramente más que nosotros a ellos.
Ya está mami pensando en proyectar otro regalo viajero para que disfrutemos de lo lindo de este país hermano que se llama Portugal. Agradezco desde aquí al ío que haya sido el transcriptor de mis impresiones y sentires usando un lenguaje un tanto elevado para mí, a veces, pues estoy solamente en cuarto de primaria. Hemos aprendido todos alguna que otra palabra en portugués (obrigado, pagamento, farol…), pero a quien se le dan bien los idiomas es a mamá que tiene tan buena memoria y disposición para ello, pues aparte de hablarnos en francés en la intimidad de nuestro hogar, ella sabe inglés y ahora está estudiando alemán por mí y, en un futuro, por mi hermano, para que nuestras notas y sabiduría en ese idioma sean las mejores posibles. Así podremos hablar en varios idiomas en nuestra casa, en un futuro no muy lejano. También me gustaría saber portugués (y a mi mami también), pero ya llevo demasiados idiomas en la cabeza y como soy de ciencias y matemáticas…
Gracias a este bonito viaje nos hemos quitado la espina del frustrado que hicimos a Tavira, porque yo me puse enfermo, la primera noche de estar allí, con un virus que me hacía vomitar muchas veces y nos tuvimos que venir a Sevilla urgentemente.
Volvemos con suma ilusión a Sevilla pensando que esta noche mágica vendrán los Reyes Magos a visitarnos, a Saúl y a mí (al igual que a todos los niños que se hayan portado bien), nada menos que en tres casas: la de papá, la de mamá y la de los íos, Margarita y Fernando; aunque el mejor regalo ya nos lo ha hecho mamá: volver, una vez más, a Portugal…
Sevilla, 5 de enero de 2025.
Fernando Sánchez Resa