Tenía muchas ganas de conocer esta bella población de casi 30.000 habitantes, tan cercana a Sevilla (a media hora, aproximadamente), donde resido y, que en mi imaginario personal gozaba de un caché que se ha visto confirmado e incrementado en estos cuatro primeros días del año que acabamos de estrenar y que hemos permanecido allí.


He tenido la suerte de ir acompañado por mi hija mayor (Margarita), que ya conocía esta población, y sus dos encantadores hijos (Abel y Saúl), que me han hecho más gozoso y entretenido el viaje y la estancia en esta bella y cuidada ciudad. Hemos parado precisamente en un apartamento de la Casa del Santo (San Juan Grande Román, que se hacía llamar “Juan el Pecador”), muy próximo al monumento que los carmonenses le han erigido junto a la iglesia de San Pedro, tan cerca de la casa en que nació, allá por el año 1546. Me enteré de su ascética y entregada vida al prójimo enfermo o necesitado, basando toda su existencia en la entrega desinteresada a Dios, hasta que murió (con 53 años) de la peste, en Jerez de la Frontera.


Este templo pudimos visitarlo una fresca mañana, gracias a que había un entierro (mientras llegaba la finada…) y por eso estaba abierto. Entramos y admiramos sus tres amplias naves y las capillas laterales correspondientes, especialmente la que está a la derecha del altar mayor, y el coro que se encuentra en el fondo de la iglesia donde está enclaustrada, para ser venerada, una Virgen de Gracia, patrona de la ciudad. Saúl -como es tan impulsivo y travieso- tocó varias veces una campanilla que había en el entramado de madera, lo que le regañé en su momento. Los críos son así…


El viaje de ida pudimos hacerlo con radiante sol y límpido cielo azul, mientras que el frío propio del invierno, en estas latitudes templadas, daba cuerpo al ambiente. A pesar de tardar poco en llegar, Saúl empezó a lloriquear, porque quería bajarse del coche, ya que no veía que estábamos entrando en Carmona en ese momento.
Cuando llegamos, aparcamos nuestro coche cerca del Parador, antes de tomar posesión de nuestro apartamento. Comimos deliciosamente en el restaurante Molino de la Romera, antiguo molino, como su propio nombre indica, con un menú autóctono para chuparse los dedos. Como no hacían reservas por teléfono, llegamos en el momento oportuno cuando estaba casi a tope, por lo que nos proporcionaron una mesa alta, cerca de la barra, mientras que mis nietos descubrieron que había una puerta que comunicaba con un hermoso patio empedrado (donde nos hicimos unas sorprendentes fotos, una vez finalizada la comida), por lo que intentaron cerrarla varias veces, mediante su pestillo antiguo correspondiente, para que nadie entrase desde él. ¡Cosas de críos…!


El coche lo dejamos cerca del Parador Nacional “Alcázar del Rey Don Pedro” al que volveríamos al día siguiente para degustar su cocina tradicional con influencias árabes, en su elegante y acogedor comedor estilo mudéjar, en cuyo centro hay una estructura de madera al estilo islámico (parecía una qubba) que hace que cualquier visitante o comensal quede más que impresionado. Lo mismo ocurre con la balconada que da hacia el este, por lo que pudimos apreciar y admirar su vasta y fértil vega, pintada de un verde y variado paisaje en lontananza, adivinando la autovía por la que vamos y venimos de nuestra querida Úbeda.


Mi primera impresión fue que es una ciudad bien tratada, con gente que ha sabido conservar todo lo bueno que tiene (no como otras…), que es mucho. El primer día -ya por la tarde- fuimos a la parroquia de San Bartolomé para observar detenidamente sus tres hermosas naves y admirar el completísimo belén que había ganado el primer premio del concurso de belenes, con verdadera agua y todos sus personajes cotidianos y aditamentos, y con una característica especial: que iba amaneciendo hasta que llegaba el día y luego seguía anocheciendo progresiva y continuadamente, una y otra vez. Tanto le gustó a mis nietos, que quisieron que le diésemos su madre o yo alguna limosna en forma de moneda para introducirla en la urna que se encontraba al lado, en agradecimiento por el bello espectáculo religioso, y con gran regocijo de ambos.


Llegamos a la Plaza de Arriba por la calle central peatonal, ascendiendo lenta y juguetonamente, descubriendo calles y callejuelas exóticas y autóctonas que nos recordaban continuamente que esta población fue musulmana durante mucho tiempo; como la corta calle de las Siete Revueltas, que recorrimos en ambos sentidos, para contar -fehacientemente y en voz alta- las tongas que tenía, aunque ya nos lo anunciaba su rótulo. Ideas de críos…
También visitamos el belén que estaba en los bajos del ayuntamiento que, además, tenía expuestos -en sus murales- variados y vistosos dibujos infantiles, alusivos a la Navidad y Reyes Magos que estábamos viviendo, y que eran de los niños de catequesis que tenía la señorita que estaba al cuidado de dicho espacio. Mis nietos se lo pasaron bomba, pues había bastantes dibujos muy conseguidos, en los que ponía el nombre y el curso de primaria, y algunos coincidían con el de mi nieto Abel (tercero).


Otro día visitamos -en la mañana- la Puerta de Sevilla. Nos pareció impresionante y espectacular -tanto en sus bajos como en sus alturas-, observando lo bien conservada que está, echando fotografías a diestro y siniestro, pues el panorama que se vislumbraba desde allí, mirando a cualquiera de los cuatro puntos cardinales, era digno de ser grabado para siempre en la retina y memoria de cualquier visitante. Mis nietos disfrutaron de lo lindo subiendo y bajando escalones, visitando estancias museísticas y admirando todo cuanto se les presentaba a sus ojos, aunque sus recorridos siempre fueran rápidos y veloces. Hacía fresco, pero el día soleado nos daba a todos una alegría intrínseca de estar de vacaciones en este bello y estratégico lugar.


También caminamos -atravesando toda la población del recinto histórico- en busca de la Puerta de Córdoba (que, por cierto, estaba en obras, con la intención de devolver el aspecto más similar a su original, siendo un yacimiento arqueológico y monumento construido en el siglo I de nuestra era, en época romana), parece que su fisonomía actual es resultado de actuaciones del siglo XVIII; no obstante, muy diferente a la Puerta de Sevilla que es romana y mora, pero con un sabor arquitectónico digno de encomio.

 

Las vistas al campo y al horizonte son impresionantes y Abel y Saúl las disfrutaron mucho, al igual que la balconada que había frente al molino donde comimos el primer día de llegada. Les hizo a ellos mucha gracia, ver tantos candados enganchados en sus barrotes verticales de hierro y nos preguntaron (a su madre y a mí) el porqué. No supimos responderles adecuadamente, pues no sabíamos su razón. Lo que sí era curioso es que estaban impresos (en el hierro horizontal que circunda el balcón) los pueblos que, desde esta deslumbrante atalaya, se pueden divisar.
Pudimos apreciar la uniformidad de la que gozan todas las calles de la zona monumental e histórica, especialmente, porque la otra zona apenas la visitamos, como no fuese para ver la necrópolis romana y el anfiteatro, en nuestra tercera jornada de visita turística, en la que el tiempo había cambiado radicalmente y el cielo se hallaba encapotado y algo lluvioso, dándole un cariz melancólico y añorante a aquellos enterramientos romanos (del Elefante, de Postumio, de las Guirnaldas, de Servilia…) que pudimos visionar in situ y también en un vídeo y en diferentes vitrinas para poder comprender la importancia y envergadura que había allí acumulada; dándonos cuenta de todo lo que le debemos a esa gente preocupada -desde siempre- por conservar el patrimonio artístico, monumental o cultural de esta zona de la península.


Las calles están todas bien empedradas, con sus pivotes acordes y parejos en color y forma en el acerado, las casas bien enjalbegadas y sin desentonar unas de otras, las alturas de ellas siempre apropiadas y no excesivas como, por desgracia, se ven en otras ciudades o capitales de nuestra amada Andalucía, por lo que la luz reina en todas las calles o callejones más estrechos puesto que la cal y la poca altura de sus casas o edificios proporcionan la claridad que necesitan sus habitantes o visitantes para descubrirlas con la iluminación adecuada. Sales de allí como si hubieses recorrido un trozo del camino de Santiago, por ejemplo, o como si hubieses estado en las nubes o en otro mundo, hasta que vuelves al mundanal ruido de tu ciudad y vida cotidiana y te parece un sueño los días allí vividos y pateados, pues casi todas las visitas las hicimos pedestremente, con los niños, que todavía tienen más merito, a excepción de cuando fuimos a la necrópolis romana o al cementerio municipal para visitar a los antepasados de mis nietos por vía paterna, siendo una visita triste para nosotros los mayores, que no para los niños que todavía a sus ocho y cuatro años, respectivamente, ven el mundo de una manera mágico-simbólica que con el tiempo perderán, por desgracia.
La comida del Parador fue exquisita; el trato cordial, especialmente con los niños; y los diferentes y sabrosos platos fueron producto de la buena y acertada experiencia cocinera que allí reina siempre. El ciervo y las costillas de cerdo estaban que se deshacían en la boca…


El último día comimos y cenamos en el mismo restaurante (Casa Curro Montoya) recomendado por el casero, que está cerca de las Monjas Clarisas.

Y aprovechamos también para hacerles una visita productiva y enriquecedora, con los niños preguntándolo todo, ascendiendo juguetonamente hasta su torre del campanario y mirador desde donde las vistas eran impresionantes. Pudimos también entrar en su coqueto claustro, detenido en el tiempo, así como en su iglesia mudéjar de una sola nave, ambos construidos entre los siglos XV y XVI, y en la que las paredes derecha e izquierda están exornadas con cuadros de arcángeles o santas clarisas. El altar mayor tiene un retablo barroco que no se lo salta un galgo. Las monjitas, mujeres, niñas al fin, tenían formado un portal de belén a los pies del altar mayor, digno de visita y rezo. A la entrada y salida había una estantería repleta de una variedad de pasteles elaborados de forma artesanal, destacando la afamada “torta inglesa”, que estaban para chuparse los dedos. Les dejamos una sustanciosa limosna, que bien se la merecían, para la restauración y/o cuidado de sus imágenes o iglesia.


Visitamos, otra mañana, Santa María de la Asunción, una iglesia preciosa, cuasi catedral, con algunas goteras en su techumbre, enclavada en la antigua mezquita, con su patio de naranjos a la entrada, cuya entrada hubimos de pagar para verla, cosa justa y necesaria, si queremos conservar nuestro patrimonio nacional, pues -a veces- estamos acostumbrados a que todo sea gratis y no valoramos lo que allí vemos o visitamos. En este sacro lugar se encuentra, en su capilla particular, la Virgen de Gracia, patrona de Carmona, siendo muy visitada…


También visitamos el Museo de la Ciudad de Carmona en la última tarde-noche que estuvimos allí, con sus impresionantes 18 salas, a cual más interesante. Cuando lo cerraron, a las siete de la tarde, como llovía a mares, hubimos de permanecer los cuatro bajo el balcón principal del museo, con tal de guarecernos del intenso y torrencial aguacero que estuvo cayendo durante más de una hora (tan necesario, por cierto, por esta pertinaz sequía que nos persigue), pues no llevábamos paraguas y no nos merecía la pena mojarnos o llamar a un taxi para que nos llevara a nuestro destino, ya que íbamos a cenar prontico y casi al lado, en el mismo restaurante que visitamos para comer ese mismo día, pues nos gustó tanto la ensaladilla de choco y las angulas de campo que quisimos repetir a la noche casi el mismo menú del medio día, para llevarnos doblemente ese sabor carmonense auténtico que nunca olvidaremos.
Nos hubiera gustado quedarnos el mismo día cinco, por la tarde, para disfrutar de la Cabalgata de Reyes que, según nos contaban todos, es impresionante y digna de ver y admirar, pues ya teníamos concertado asistir a la de Sevilla, como todos los años, con amigos y conocidos, precisamente delante de la iglesia Ómnium Sanctórum; pero esa es otra historia que ya contaré, si procede, en otro momento.
Otro recorrido que hicimos andando tranquilamente por la ciudad, en una mañana soleada, fue visitar la biblioteca municipal, donde un grupo de niños y niñas estaban dibujando dignos trabajos de su peculiar forma de ver la Navidad y los Reyes Magos.
Todo cuanto veíamos nos gustaba, pues las casas y los patios que visitamos o vimos eran dignos de resaltar, por su gusto en la restauración y su resultado final de modo que el visitante se haga una fiel idea de lo bonito que es Carmona y se lo lleve todo impreso en su memoria y alma.
El viaje de vuelta fue tanto o más rápido que el de ida (o al menos así nos pareció a todos) y pronto nos plantamos en casa, sin que Saúl llorase, como a la ida, pues no le dio tiempo ni a dormirse, como suele hacer en otros viajes, queriendo volver ambos (Abel y Saúl) -y nosotros (los adultos) también- a este jardín de las hespérides que tan bien nos ha sabido.
Todos los días hemos desayunado los churros típicos de esta tierra, que son de rosca grande, casados con rico chocolate, y que hicieron las delicias de todos, especialmente de los peques.
Alguna tarde visitamos la Alameda y paseamos por su albero enterándonos, luego en Sevilla, de que allí estuvo ubicada la sala de cine de verano para disfrute de paisanos y visitantes. ¡Bonito lugar para soñar visionando películas de diferente índole…!
Otra cosa que nunca olvidaremos es el dulce repicar de sus campanas, llamando al ciudadano devoto y fiel, incluso al agnóstico, para que visite los distintos y variados templos que Carmona posee y que cuida con sumo esmero…
Sevilla, 7 de enero de 2024.
Fernando Sánchez Resa

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