María de la Cruz Muñoz Manzanares. Madre de Pio

Es un libro de María Muñoz Manzanares en el que recuerda y recrea la vida de lo que fue el terreno sobre el que se asienta el pantano del Tranco, antes de que fuese anegado bajo las aguas. Un mundo de antaño que ya nunca más volverá; pero que gracias a la fiel y sutil memoria de María, madre de la saga Urbano Muñoz, siempre podrá recrearse en la imaginación de cada lector avispado y ansioso por saber qué fue de aquel idílico mundo rural que desapareció víctima de la modernidad…

María fue una delicada e inteligente mujer, sensible a la cultura (a pesar de no poseerla materialmente por la educación y la época que le tocó vivir; pero sí espiritualmente) como el que ansía tener una perla o diamante en su haber. Creyente, religiosa, fervorosa y piadosa hasta los últimos días de su vida; no quiso tener tema con el que le robó la autoría de ese libro. Por no molestar a los hijos (aunque ellos siempre la tuvieron gustosos en sus propias casas, especialmente Miguel Ángel, al estar en Úbeda), permaneció ‑mientras pudo (pues no quería molestar, según me dijo más de una vez…)‑ en su último domicilio, frente al Matemático Gallego Díaz, hoy IES Francisco de los Cobos; hasta que, por voluntad propia, finalizó sus días en la Residencia que hay junto a Carrefour. ¡Descanse en paz…!

Tuvo muchas alegrías y bastantes penas, como todo hijo de vecino. Especialmente, tengo noticias de las dos últimas más graves: la muerte de su marido y el prematuro fallecimiento de su amado hijo mayor (Pío), que hizo la mili conmigo en Viator (Almería) y Melilla, y que una desgraciada enfermedad se lo llevó por delante demasiado joven… Ver morir a un hijo debe ser una experiencia malísima e inasumible para una madre, cuando lo normal es que sean los hijos los que entierren a sus padres, por ley natural… Ella siempre era afable conmigo, pues le recordaba a su ‑siempre amado‑ hijo por la contigüidad del tiempo y del espacio que ambos habíamos vivido juntos, haciendo la mili en Viator y Melilla…

Yo la conocí bastantes años antes, cuando iba a vender los domingos con mi padre (Fernando, “El dominguero”) a Santa Eulalia, donde vivió muchos años y crió a sus cuatro hijos varones, con el amor y dedicación que sólo las madres ‑más auténticas y abnegadas, como ella‑ saben hacerlo…

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Volvió a reescribir ese libro que ahora comento, pero no le dio tiempo a completarlo… Seguro que ahora, desde el Cielo, ella ‑que era creyente fervorosa (de misa diaria, mientras pudo)‑ se sentirá satisfecha por el conocimiento que nos proporciona a todos los lectores, amantes de este libro y del mágico mundo en el que ella se crió; y que, si no fuera por estas vivencias y recuerdos, se hubiese quedado para siempre sepultado, como se quedaron muchas de las tierras, casas y arbolado en las que vivió de niña y mocita (bajo las aguas del Tranco…).

Es un disfrute, su lectura, por la sencilla y tierna evocación que hace de aquel antiguo mundo que le tocó vivir, con su característico vocabulario (palabras del agro y del mundo rural, muchas de ellas caídas en desuso; y que se conservan en este libro, como oro en paño…); y donde se trasparenta esa dulzura y ese amor que ella siempre tuvo a su familia, a su gente, a sus amigos, a su tierra, en definitiva; y que no quiso que desapareciera dejándonos este legado literario para uso y disfrute de todos…

Úbeda, 1 de mayo de 2013.

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