OJOS

A lomos de una tristeza por decreto
un vacío interior se ilumina
y la mirada se baña
en multitud de ojos.

Esos ojos, antes escondidos,
que centellean en las noches
calmas y estrelladas
o deslumbran con el sol en la colina,
se convierten en el paisaje
de una estética bella y variada,
que ha fijado nuestras miradas
más limpias y agradecidas.

Ojos de acero bajo el cielo claro del mediodía,
ojos de canela que desafían
los cielos tormentosos y atormentados.
Ojos verdes como el trigo verde
de Quintero, de Lorca o de la gran Concha.
Ojos azules que se mecen
entre el límpido cielo y el mar de la bahía.

Ojos negros, morunos y hechiceros,
de luz de sol y de desierto,
que se clavan como agujas en tu pupila.

Ojos chispeantes y ardientes como el fuego.
Ojos locuaces que expresan deseos y emociones.
Ojos compasivos que rezan o suplican.
Ojos irónicos que se ríen y compadecen.
Ojos alegres que titilan ante tu mirada triste.
Ojos excitantes que imantan tu mirada.
Ojos jóvenes de bellas muchachas
que traslucen su rostro bello.
Ojos encendidos de luz y de caricia.
Ojos cansados y apagados,
atrapados por las sombras,
derrotados por el miedo en la vorágine
de estos momentos grises
sin sueños ni futuro.

Cartagena, durante la pandemia, 2020-21.
Juan Antonio Fernández Arévalo.

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