El otro día, una de mis hijas, celebró, por todo lo alto, sus bodas de oro (50 años de casados), aunque lo hiciese simplemente con sus hijos, nietos y consortes. Fue una celebración sencilla con comida y actividades lúdicas que disfrutaron todos los asistentes y a cuyo término, como mejor regalo de la efeméride, una de sus hijas recitó esta condensada frase que nunca olvidaré por su amor y enjundia:
“De niña aspiraba a ser fuerte y paciente como mis padres; mas hoy me gustaría ser capaz de dar tanto amor como recibí y ser para mi marido, tan buena esposa como mis padres lo han sido el uno para el otro”.


A mí, como ya estoy muy mayor, me perdonaron que no asistiera y la disfrutara en la distancia con fotografías y explicaciones varias. Iba a ser yo más un incordio que otra cosa. No llegaron al exagero de celebrarlo, como otras parejas, con un fiestón nupcial y muchos invitados y con una celebración religiosa casi mimética a cuando lo hicieron por primera vez, pero cargaditos de años y hasta de kilos y arrugas… Yo vi bien que así lo hicieran, aunque estoy ya en una edad que casi todo me da igual y también lo hubiese visto bien, lo reconozco, si hubiesen incluido celebración religiosa y festín de auténticos recién casados. ¡La ilusión es lo que importa…!
Mi marido y yo, como eran otros tiempos de más escasez y cordura, no llegamos a celebrar nada parecido, simplemente, el día señalado, me esmeré un poco más en hacer una comida sabrosa y más sustanciosa que de costumbre, con invitación expresa a hijos, nueras o yernos y nietos para que todos ellos supieran que todavía había “pazciencia” en nuestro matrimonio. No llegué a celebrar las bodas de platino (65) y menos las de titanio (75), como a mí me hubiese gustado, aunque fuese en la intimidad del hogar, pues el Señor se llevó a mi marido antes de poder celebrarlas y me quedé ciertamente con las ganas.
La verdad es que cuanto más tiempo llevas de casada más vas viendo asentarse muchas cosas que te gustan pero otras tantas que no; e incluso, prescindir del sexo puro y duro, no es ya tal problema; y más, si al marido le llega tempranamente la andropausia y la próstata le empieza a dar la lata. No obstante, son momentos cruciales en donde se mide el verdadero amor y no el súbito deseo carnal ocasional o el caprichoso afecto tempranero. Son tantos los flecos que engloba la convivencia conyugal que por mucho que te lo expliquen los llamados “expertos” (sacerdotes, psiquiatras, psicólogos, psicoterapeutas, entrenadores personales -modernamente llamados coachs…-) o porque leas diversos tratados de autoayuda o del tema al que nos estamos refiriendo, siempre habrás de ser tú y solo tú la que embrides el tema de la convivencia y sus trasuntos, con todas las variables (positivas y negativas, en su conjunto) que ello conlleva.
A mí hace media vida que se me fue la menstruación y la verdad es que no me dejó secuelas graves que lamentar (quizás la lenta descalcificación de mis huesos), pues hasta los sofocos -que a casi toda hija de vecina le dan periódicamente- no llegué a conocerlos. Por eso, cuando ahora veo tanto anuncio de compresas o tampones, me acuerdo de que en nuestra época, en la que todavía pagábamos mensualmente “contribución” por ser mujer, desconocíamos esos adminículos y apósitos (y, aún menos, lo de la píldora anticonceptiva -ya hasta las hay de hombres y/o de mujeres, por supuesto-, o postcoital) y nuestra madre (como mi abuela a ella) nos enseñaron a saber usar y limpiar los paños higiénicos que se secaban y preparaban para la siguiente hornada frotando una y otra vez en la pila del patio para que quedasen inmaculados…
Ahora me viene a la memoria lo triste que tiene que ser perder un hijo o una hija en vida. Para mí hubiera sido inaguantable (menos mal que Dios, hasta la fecha, no lo ha consentido), pues el dolor que me provocaría sería inconmensurable, puesto que lo natural de la vida es que los hijos entierren a sus padres y no a la inversa; pero -por desgracia- estos casos se dan más de lo que debieran y se han dado siempre, por unas u otras razones o circunstancias. El Sumo Hacedor no quiera que llegue el caso de ver morir a alguno de mis hijos que, como decía mi padre, son como los dedos de una mano, pues si dicen de cortarte alguno te niegas en redondo, ya que son todos igual de importantes y necesarios; aunque en tu fuero interno (o externo) siempre haya hijos que son mejores que otros en su comportamiento y trato hacia sus padres; y viceversa, también, puesto que lo normal es que se quiera y manifieste a todos el mismo equilibrio de amor y favores…
Viene al caso un amigo y paisano nuestro con su esposa valenciana (ya fallecidos) que tuvieron la desgracia de ver morir a sus hijos con relativa temprana edad (39 y 52, respectivamente), con el agravante de que hubieron de pagar por dos veces el mismo tema sucesorio pues, como primeramente quiso dejarles su herencia -en vida de sus hijos- declarando al fisco lo que correspondiese, pero -luego- tuvo que volver a abonar el costo de la herencia de vuelta de sus hijos para recuperarla, acoquinando nuevamente al fisco. ¡Una desgracia y un abuso dignos de resalar o enmarcar!
Sevilla, 7 de agosto de 2022.
Fernando Sánchez Resa

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