Como los años no pasan en balde y encima lo hacen volando, heme aquí que ya me encuentro en una edad más que intermedia, más próxima de ingresar en un asilo (ahora se le llama pomposamente Residencia de Mayores -ancianos, al fin y al cabo-, tras la fiebre de rotularla machacona y eufemísticamente De la Tercera Edad) que en una guardería…
¿Y por qué digo esto? Pues muy sencillo: estoy en la primera parte de la edad dorada de la jubilación y tengo el honor (y la obligación) de llevar y recoger todos los días a mis nietos Abel y Saúl; y por eso tengo contacto diario con una guardería de bandera (en Sevilla): Kindermundi.
Allí puedo palpar continuamente el cariño, la profesionalidad y el afecto con los que tratan a mis nietos (y a sus compañeros) de manera que se sientan reconfortados; por lo que les encanta ir diariamente a ella. Tienen allí buenos amigos, guapas y cariñosas cuidadoras y/o maestras que se preocupan de sacar lo mejor de cada uno de ellos, con métodos montessorianos que les hacen mucho bien para su crecimiento y desarrollo.
Por eso, me pregunto si no se podría exportar ese ejemplo o modelo a todos los asilos o residencias de ancianos para que los viejos fuesen tratados con el mismo cariño, idéntica entrega y gran profesionalidad; y no se diesen los flagrantes casos de abandono y maltrato (con premeditación y alevosía, dejándolos -incluso- morir en soledad, sin que familiares o amigos los consolasen), que hemos visto, por desgracia, durante la pandemia y en otros momentos aciagos…
A ese tipo de residencias, transformadas en guarderías de alto standing, sí que me apuntaría yo para terminar mi vida, si es que fuese necesario; aunque, lógicamente, como todo hijo de vecino, abogo y pido a Dios tener la suerte de vivir y morir en mi querido hogar, arropado de mis familiares y amigos más entrañables…
Sevilla, 17 de febrero de 2022.
Fernando Sánchez Resa