Como mi cabeza no para ni un momento, me he puesto a pensar y pensar, por lo que quiero escribir todo lo que pasa por ella, siempre asesorada por mi nieta más querida, Sofía, que es una brillante universitaria que relee y corrige mis escritos, poniéndolos a punto para su publicación. Muchas gracias, guapa. ¡Qué sería yo sin ti y tu inestimable ayuda…!


Vivimos en un matriarcado auténtico, aunque por la herencia de los apellidos y otras zarandajas parezca que somos un patriarcado. Los nuevos políticos y su cohorte terrenal quieren cambiarlo todo, hoy en día, poniendo al hombre igual que a la mujer en muchos aspectos, especialmente en cuanto a vacaciones o permiso de paternidad, lo que me parece una auténtica barbaridad. Es un igualitarismo dañino e injusto, a mi modo de entender, por los muchos años que ya tengo y he vivido, que bien me avalan. Si la mujer es la que concibe, pare y amamanta (principalmente o en exclusiva), por mucho que quiera el hombre no le llega a la altura de una zapatilla. Este igualitarismo absurdo me enerva…

Cada vez nos estamos pareciendo más a algunas tribus antiguas de los caribes, mundrucúes, melanesios, malayos, cántabros, etc. en su famosa covada: una costumbre ancestral desaparecida, un rito de magia simpática o acto de público reconocimiento de la paternidad que se practicó entre algunos pueblos en la antigüedad. Consistía fundamentalmente en que, tras el parto, y mientras la mujer parturienta volvía a sus labores y quehaceres domésticos habituales, el marido se metía en la cama simulando los dolores del parto y recibiendo los cuidados y atenciones que debían haberle proporcionado y ofrecido a la madre. Para muchos de estos pueblos parece que se trataba de un acto o rito de reconocimiento de la paternidad más que de un rito mágico; pero nosotros lo estamos tomando casi al pie de la letra.
Entre los pueblos más próximos a nosotros, se sabe que los cántabros practicaban la covada. Estrabón afirma, refiriéndose a ellos: “Las mujeres, después de haber dado a luz, «cuidan» a los maridos, que se acuestan en lugar de ellas”. Y el verbo “cuidar”, “servir”, no admite dudas, pues se refiere al cuidado general de otro, pero sobre todo al servicio de la comida que en las circunstancias que rodeaban al parto requería un especial esmero.

El hombre con las tres ces: cama (sexo), cuidado y cocina (comida), simplificando un poco, está servido y contento, mientras que la mujer necesita mucho más: cariño, compañía, apoyo, ayuda, comprensión, auténtico amor platónico más que del otro…
Eso es lo que yo he visto en mi entorno femenino más cercano, durante tantos años (madre, abuelas, hermanas, tías, amigas, vecinas…) y bien sabido es que si se hace el amor con el marido (por no decir una palabrota malsonante o soez) es a cambio de otros servicios amorosos menos carnales, pero más emotivos, gratificantes y sensibles. La prueba la tenemos en el programa de Juan y Medio adonde ellas (principalmente) van buscando compañía y amor desinteresado; y muchas veces lo dicen abiertamente “sin sexo (duro)”. Si lo piensas, la coyunta es un acto animal que, si no se atempera, nos asemeja en demasía a los perros callejeros en época de celo. Lo malo es que el hombre más que la mujer lo ha extendido a todo el año, momento, lugar, etc. ¡No es ya una berrea puntual o estacional!

Viene a cuento aquella historieta que circulaba por mi pueblo en la que una pareja de hombres iba visitando cada casa, en la intimidad del hogar, con el fin de regalarle una vaca o un caballo, respectivamente, según mandase en ella la mujer o el hombre.
Llevaban la pareja de hombres bastantes hogares recorridos y en todos se dieron cuenta que mandaba la mujer, por lo que dejaban de regalo una vaca; pero, mira por donde, se acercaron a una casa en la que se oían gritos destemplados del marido, y lógicamente pensaron que allí, por fin, dejarían un caballo.
Llamaron con miedo a la puerta y les contestó fieramente el marido, abriéndoles lógicamente la mujer.
Cuando vieron quién mandaba allí, dijeron de dejarle un caballo blanco; pero, mira por donde, desde un rincón, la mujer, con mucho sigilo y miedo, le dijo al marido:
-Juan, ¿no crees tú que un caballo blanco, siendo tú carbonero, te va a servir de poco, pues se te va a manchar a la primera de cambio…?
La respuesta del marido no se hizo esperar:
– ¡Vale mujer, llevas razón…!
Por lo que los hombres no tuvieron más remedio que exclamar:
– ¡Vaaacaaa…!
Dejándola de regalo, ya que allí también mandaba (soterrada y abiertamente) la mujer…

La pornografía está haciendo mucho daño al auténtico amor pues bastantes hombres la ven de continuo, excitándose en demasía y quienes tenemos que pagar el pato en la cama somos nosotras, las sufridoras de siempre. Además ellos quieren repetirlo, una y otra vez, todo tal cual lo ven en los vídeos porno, como si nosotras en lugar de esposas fuésemos prostitutas avezadas y debiéramos estar siempre dispuestas y contentas con ello.
Antes tenías que casarte para tener sexo e hijos y ahora aquél se practica cuando quieras, como quieras y con quien quieras. Esto se va pareciendo más a Sodoma y Gomorra de lo que pensábamos antaño.

Ha cambiado tanto la mujer que ya ella es la primera que no quiere casarse ni encadenarse de por vida al hombre, pues tiene su independencia económica (la que la tiene, que va siendo mayoría) y puede hacer o cortar la relación cuando quiera. ¡Tener independencia económica lo es todo! No, como nosotras, que nos educaban para casarnos y fundar un hogar, trabajando de sol a sol en él, y sin remuneración económica directa, sino subsidiaria del marido, que -si era bueno bien-, pero si no las pasabas canutas… Y la jubilación del hogar era nula pues hasta que te murieses estabas condenada a trabajar duramente en él. Al marido sí le llegaba la edad de jubilación tan ricamente y pronto la aceptaba, especialmente en el hogar, y más si encima nunca había colaborado… Entonces la violencia de género (de la que ahora tanto se habla) estaba soterrada, aunque los cercanos a la víctima bien que lo sabían y estaban atados de pies y manos para poder actuar y ayudarla…

En fin, que todo está cambiado tan rápidamente que me cuesta ir adaptándome o aceptarlo por mi edad, como ha pasado siempre con las generaciones precedentes; aunque para mí todo no vale porque sea moderno; había cosas, costumbres o tradiciones antiguas que nunca debieron olvidarse ni mancillarse. Hoy prima el egoísmo, en todas las facetas de la vida, y entre la pareja también; por eso creo, entre otras muchas variables negativas, que no perdura demasiado el emparejamiento ya que se vuelve a caer en los mismos defectos, errores o trampas que se cometieron en las anteriores relaciones.

Desde que los norteamericanos, con su mal ejemplo, nos han impuesto-sugerido, en películas y en la vida real, que hasta la tercera o cuarta pareja no vas a encontrar la auténtica felicidad y alma gemela…; así nos va.

Sevilla, 7 de enero de 2022.
Fernando Sánchez Resa

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