Son poco más de las dos de la tarde de cualquier día laborable de la semana y ya marcho ilusionado y feliz porque voy a recoger -en la guardería Kindermundi– a mi querido nieto Saúl. Lleva toda la mañana allí y estoy deseoso de verlo y abrazarlo cual si hiciese una eternidad. Conforme me voy acercando al lugar de encuentro, observo a padres y/o abuelos que hacen lo mismo que yo. Llego al escaparate infantil acristalado, en el que todos los infantes se encuentran expectantes, por ver cuándo y qué familiar llega a recogerlos. Allí observo un cuadro maternal de mucha altura y cromatismo en el que sus maestras y cuidadoras andan afanadas y contentas con el material humano tan preciado que tienen entre manos. Su arte y responsabilidad son infinitos: ejercen de exquisitas educadoras de afectos y sentimientos que tienen su mejor recompensa en la sonrisa y bienestar de sus pupilos…


En cuanto me ve Saúl, todo es alegría y contento (saludándome con sus preciosas manitas de nácar), que sabe y quiere exteriorizar con un Ío (que es como me llama cotidianamente) bien sonoro, y que me hace sentir un subidón reconfortante de cariño y terneza. Cuando me lo entregan, lo primero que me pide son unas galletas o picos, que hoy no tengo, pero a cambio le ofrezco dos rebanadas de pan gallego que toma con hambre y fruición, como si no hubiese comido hace un rato. Si tenemos suerte, saludamos a su hermano Abel, que también llega (con los amigos de su cole) al cuidado de sus cuidadoras para comer allí. Se saludan y besan cariñosamente; y ya emprendemos, andando y con dos coches de juguete, el camino de vuelta a casa -parsimoniosamente-, haciendo carreras con ellos por las paredes de las casas y el empedrado de las calles; y buscando, si hay suerte, todos los charcos de agua posibles para pisarlos y sentirse importante cual niño grande; sin que ya quiera sentarse en su carrito de paseo que llevo, pues le gusta andar y ojetearlo todo, con esa conversación de personajillo mayor (aunque solo tenga dos añitos) que tanto me deleita y enamora. Sus porqués continuos son un encanto y una delatora muestra de su preclara inteligencia…

¡Son mis mejores y más entrañables momentos de cada día, que él me regala tan graciosamente!
¡Muchas gracias, Saúl, Dios te lo pague!
Sevilla, 22 de noviembre de 2021.
Fernando Sánchez Resa

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