Removiendo papeles me he encontrado con un escrito perdido del 2006. Os lo traigo con intención de empezar el 2020 con una sonrisa.  FELIZ 2020.

En mis tiempos, los cursos de Preaprendizaje eran comunes para todos. Cuando pasábamos a Oficialía, nos dividían según el tipo de “vocación”, los delineantes que luego irían a magisterio, los mecánicos y  electricistas a maestría industrial.
El hecho que voy a contar ocurría en 2.º de Preaprendizaje. Algunos ya despuntaban en lo que iba a ser su carrera futura. En esa temprana edad se notaba los que iban a orientar su futuro a I+D, es decir, a Investigación + Desastre.
Recuerdo que, a los de mi dormitorio, nos gustaba poner en práctica aquello que aprendíamos en el aula. A falta de un socio capitalista que sufragara nuestras “investigaciones” nos las apañábamos improvisando sobre la marcha.
El día que nos explicaron la electrólisis, salimos de clase ideando la forma de llevarlo a la práctica. Fuimos al dormitorio, teníamos agua abundante, pero… nos faltaba la batería que nos diera la energía para poder observar las burbujitas que se suponía tenían que salir de sus polos positivo y negativo.
A alguien, se le ocurrió utilizar el enchufe que había encima de los lavabos. No sería una tensión continua, pero es muy probable que viéramos algún tipo de reacción.
Llenamos el lavabo de agua. Introdujimos dos cables en el enchufe y con mucho cuidado empezamos a sumergir los otros dos extremos en el agua, esperando observar las burbujitas.
Todos estábamos hechos una piña alrededor del lavabo: ¡Había una gran expectación!
Al introducir los cables, empezamos a observar las primeras burbujitas que salían de sus puntas. Todos estábamos pletóricos: la teoría y la práctica coincidían.
En ese momento, un compañero que estaba en la ducha, salió corriendo con una energía inusual, desnudo, con los brazos en alto y dando saltos como un poseso. Así nos mostraba su euforia ante tan apabullante descubrimiento.
Dejamos el experimento para unirnos a su desmedida alegría e intentar tapar sus “vergüenzas”. No es que en aquella época existieran chicas en magisterio que pudieran verlo y “escandalizarse”. Había que cuidar que nuestro alegre compañero no se enfriara.
Una vez que se tranquilizó, nos dice: “¡CACHO CABR… me habéis dado el mayor CALAMBRAZO de mi vida!”.
Estaba claro, el tipo de reacción que nos encontramos no era el que íbamos buscando.
Fue así como descubrimos que los cables no deben de meterse en el lavabo, so pena que algún compañero estuviera deprimido y quisiéramos “animarlo”. También descubrimos que las oraciones del Padre Villoslada, además de arreglar las penurias económicas de la Safa, sirvieron para hacer algún que otro “milagrillo”.
P.D. Comprendo que para algunos resulte extraño que pudiera llevarse un calambrazo. El grupo de I+D de entonces, tampoco lo entendía. Ahora, creo estar en disposición de dar una explicación a quien la solicite.
Un abrazo. Pp Aranda.

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