Se cumplen diez días de la fatal desaparición de un inocente de dos años en un pozo de cien metros de profundidad. Julen, que así se llama la inocente criatura, mantiene la atención de medio mundo pendiente de un desenlace.
Impresiona la celeridad con que medios y expertos  han llegado a Totalán para rescatar a Julen. Pero más llama mi atención cómo el ser humano se adapta a este doloroso proceso. Nadie se deja llevar por la razón porque asumir las respuestas acarrearía efectos desoladores para la familia. Llama también mi atención cómo los técnicos y expertos que coordinan los trabajos se modifican a la hora de pronunciarse ante los medios: miden las palabras para mantener el estado de ánimo y la esperanza de que el niño va a ser rescatado con vida. “Julen es nuestro hijo”,  dijo hace dos días el ingeniero coordinador de las excavaciones. Con ese mensaje avivaba el ánimo de todos y unía a los trescientos trabajadores y voluntarios que tratan de llegar hasta Julen.
He aquí uno de los pilares de la condición humana. Queda claro que en estos casos se hace necesario mantener vivo el pacto por la  esperanza, anteponer la fe a la razón, es decir, entrar en el umbral de lo religioso.
23.1.19  Pedro Mora Figueroa