ENCUENTRO ANTIGUOS ALUMNOS SAFA, 2014
RAMÓN MOLINA NAVARRETE
Salón de Actos, Safa
ÚBEDA, 10 de mayo de 2014
Nada más nacer y ya somos antiguos alumnos de la vida, pero al mismo tiempo somos maestros de nosotros mismos y estudiantes en la universidad del resto de los años que nos quedan por vivir.
Pero por encima de todo, somos aprendices de un oficio que se llama existir y en el que sólo nos gradúan en el instante de la muerte. Un oficio que por más que estudiemos, nos esforcemos, pasemos noches enteras en vela, mañanas de sacrificio y tardes de renuncias, jamás llegamos a aprender, porque son tantas las asignaturas que lo forman, tantos los exámenes, controles, pruebas, tantos los retrasos y tantos los altibajos…, que una y otra vez suspendemos, y una y otra vez hemos de repetir curso, cada año, cada mes, cada instante, cada siempre.
De ahí que lo único que hacemos, en verdad, es asistir a la escuela en la que recibir clases de apoyo para que el aprendizaje del oficio de existir nos sea menos dificultoso, menos imposible, más llevadero…, pero sabiendo que por más que nos obliguen y nos obliguemos, sólo llegaremos a recibir el título el día en que alguien cierre las puertas del recinto y nos obligue a subir al estrado del salón de actos de la otra dimensión, ligeros de equipaje, que dijera Machado, casi desnudos, como los hijos de la mar.
Y dentro de estas escuelas, queridos amigos y compañeros, señoras y señores, a la que acudir para recibir clases de apoyo, se encuentra una muy especial, que nos formó, nos enseñó a ser mejores, nos educó, nos alentó, nos alimentó, nos cobijó y nos puso en disposición de ganar unas monedas para que el pan nuestro de cada día no nos faltara sobre la mesa de nuestros hogares. Una escuela a la que queremos y no olvidamos. Una escuela a la que amamos pese a que pudo tener sus defectos, sus fallos, sus maestros y profesores mejores y peores, pero que nos dio altura de miras, sentido social, espíritu crítico, ansias de libertad, creatividad, honradez, fe, tolerancia, compañerismo…, nos dio valores, nos dio herramientas para construir un mundo más justo. Una escuela cuyo nombre nos quema el alma nada más pronunciarlo, que nos llena por dentro, nos conmueve, nos viste de añoranza, nos conquista una y otra vez. Una escuela cuyo nombre nos trae, pese a las sombras de la Historia con mayúsculas y los dolores de nuestra propia historia personal, recuerdos mágicos, maravillosos, únicos e irrepetibles. Una escuela cuyo nombre llevamos tatuado a fuego en el corazón junto a nuestros propios apellidos. Una escuela cuyo nombre suena y sabe a unidad, acogida, calor, cercanía, amistad. Una escuela cuyo nombre es SAFA. Sagrada Familia. Escuelas Profesionales de la Sagrada Familia. Nuestra escuela de ayer, pero también de hoy y de mañana. Nuestra escuela de siempre, por toda la eternidad.
Yo estudié en SAFA.
Fui uno más de aquellos que, inseguros,
llegaron a sus aulas
a principio de un curso
repleto de esperanzas y de enigmas.
Y aquí encontré la hondura de un refugio
en donde resguardarme de complejos
y temores absurdos.
Venía de un pasado
de escuela de portal, en donde el mundo
acababa en los montes Pirineos
y todo eran canciones y disgustos.
De una escuela, más tarde,
de altos techos y gruesos muros,
donde el temblor del miedo paseaba
en forma de palmeta. Un miedo oscuro
que helaba el corazón
a cada golpe y todos los segundos.
De allí vino, a empujones,
la soledad del instituto.
Aquella angustia innoble,
aquel peso confuso
de verme un pobre niño de diez años
en medio justo
de aquéllos que llegaban de otros centros
de saberes más altos y más pulcros.
Y sólo fue después, cuando ya SAFA
me dio su abrazo azul, de blanco júbilo,
cuando empecé a saber de la igualdad,
de que hay otros sueños y otros mundos,
que madurar requiere siempre tiempo,
que es posible salir de los conjuros,
que volar sí se puede si lo intento,
que amar es más que un verbo que conjugo,
que las estrellas brillan
después de los crepúsculos,
que existen los amigos de verdad,
que detrás del presente hay futuro,
que el sol es para todos,
que la poesía es magia, nube, surco,
un arma descargada de violencia,
una flecha lanzada a lo profundo
que enlaza corazones.
Y que a Dios me lo encuentro si lo busco.
Yo estudié en SAFA.
Llegué como hijo pródigo, desnudo,
y la sentí cual madre que cobija
y te viste de siembra y te hace fruto.
Yo estudié en SAFA.
Y agradezco en el alma, sin tapujos,
cuanto hizo por mí. Por enseñarme.
Por formarme. Por darme cuanto pudo.
Yo estudié en SAFA.
Y ser su antiguo alumno es un orgullo.
Ser antiguo alumno de SAFA es un orgullo. Al menos lo es para la inmensa mayoría de cuantos aquí hemos estudiado. Y ese orgullo nos lleva a seguir considerándola como algo nuestro. Todos los que hemos cruzado estos pasillos, los talleres, las aulas, los dormitorios, el comedor, los campos y pistas deportivas, los despachos, la iglesia, el salón de actos…, todos los que, en definitiva, hemos sido parte de este edificio, si cerramos los ojos, como si se tratara de una película, podremos vernos de niños y de jóvenes, paseando por estas dependencias, inocentes y soñadores, con el alma repleta de esperanzas, con las pupilas limpias mirando al horizonte, con las manos abiertas a la lucha y a la entrega… Y mientras nos vemos, sabemos que, haya ahora aquí quien haya, dirijan quienes dirijan, enseñen quienes enseñen…, esta es nuestra casa y la seguirá siendo mientras vivíamos, porque aquí dejamos parte de nosotros, trozos de nuestra piel, sangre de nuestra sangre y amor de nuestro amor. Esta es nuestra casa precisamente porque es de todos la que la constituyen… y la constituimos, y de nadie en particular, porque todos vamos de paso, también los que ahora se sienten dueños de llaves y de decisiones, también éstos dentro de poco serán pasado…, mientras las escuelas, año tras año, curso tras curso, renovándose, seguirán siendo presente.
Algunas veces, cuando he tenido la oportunidad de adentrarme en estos espacios sin que nadie me vea, en soledad, yo he cerrado los ojos y he ido al encuentro del chaval que fui. Y lo he buscado por los espacios, y al verlo llegar he dialogado con él…, porque él sigue aquí, vive aquí, continúa soñando aquí, nunca se ha querido ir. Como también está vuestro yo pasado, el muchacho que fuisteis, la muchacha que eras. Salid a su encuentro, buscadlo, sentaos a su lado… Y hablaos el uno al otro. Deja que aquél te confiese sus confidencias, sus miedos, lo que suponía ver el futuro desde un corazón tan joven, las dificultades en el estudio, el insomnio por aquella falta cometida, aquel examen suspenso, aquel trabajo que no se terminaba, como también la alegría indescriptible del sobresaliente, las risas en los dormitorios, con los cafés con leche condensada y aquellas rústicas resistencias que los calentaban, el trozo de pan con chocolate, los partidos a muerte de unos contra otros, la comida compartida en bandejas de acero inoxidable, la carta de los padres, del primer amor, del beso que se daba desde la lejanía y uno pensaba que nunca llegaría la hora de darlo en la más pura intimidad, y casarse y tener hijos… Todo tan lejano para aquél de entonces…, todo tan lejano hacia el futuro…, como ahora todo tan lejano hacia el pasado para quienes somos. Lejana nuestra infancia, nuestra adolescencia, nuestro amor, nuestra boda, nuestros hijos –¡ay!, nuestros hijos, por los que hemos luchado sin descanso, dejándonos el alma, por los que seguimos luchando–, nuestros trabajos, nuestra casa, nuestro retiro…. Y todo a una velocidad endiablada. Fue salir de SAFA y los relojes, que iban a una lentitud de tortuga, aceleraron sus manecillas y todo ha pasado a una rapidez de vértigo, y si no que lo pregunten especialmente a los de Magisterio, Maestría y Oficialía que hoy celebran nada menos que su Cincuentenario.
Pero estamos vivos. Muchos aún seguís en activo, buscándoos el jornal. Para vosotros mi ánimo y mi consejo de que no tengáis prisa. Cuanto más largos los días, más se vive. Sin embargo, otros muchos andamos ya disfrutando de la jubilación, y con ello hemos regresado más cerca de la infancia que de la decrepitud. Ahora hemos vuelto a la libertad de las mañanas sin colegio y las tardes de plazuela. Somos quienes queremos ser. Pájaros o peces o leones…, poetas o músicos, pintores o actores, periodistas o fotógrafos, viajeros o contemplativos… La vida nos sabe a licor, sabemos que sobre nuestros pies tenemos un puñado de racimos de uvas y queremos estrujarlas, sacarles el mayor de los jugos, saborearlo. Ya nos sobran las ambiciones, las mentiras, los honores, los egoísmos, los parabienes, las apariencias, los cumplimientos, el ser lo que no somos… Se acabó, ahora sólo nos interesa la verdad, la honestidad, la paz, la libertad, la justicia, el verdadero amor…, ser lo que de verdad queremos ser… Ahora, sólo necesitamos terminar de encontrarnos a nosotros mismos, de encontrar al niño que fuimos, al adolescente, al que anduvo por SAFA, al joven, al adulto, al maduro, al mayor y al que soy ahora… y todos en uno, puestos de acuerdo, abrazados, ser conscientes de que hemos dado la última curva y ya sólo tenemos delante de nosotros la recta, más o menos larga, en donde al fondo se alza la pancarta sobre la que aparece escrita la palabra “Meta”. Muchos ya han llegado a ella y la han cruzado. Todos y cada uno de nosotros tenemos a un puñado de amigos y compañeros de SAFA que se han ido a la otra orilla. Pero siguen siendo nuestros amigos. Los recordamos –y hoy también– con cariño y una sonrisa. No pocas veces incluso hablamos de ellos como si siguieran entre nosotros. Y hasta en ocasiones nos parece verlos cruzar a lo lejos…; y todo sin entristecernos demasiado, con cierta naturalidad, como si creyéramos que sólo es que se ha acabado el curso y en cuanto pase el verano volveremos a estar juntos.
La meta está ya cerca. La vemos. De ahí que el camino que se nos presenta nos parezca más digno de vivirse y dentro de nosotros sintamos una especial resignación y un gozo extraño, y todo porque sabemos que hemos hecho y dado cuanto hemos podido, que si Dios nos dio diez, o cinco o dos talentos, o medio como me dio a mí, pues ahí va el doble: veinte, diez, cuatro…, y uno por mi parte. No es mucho pero es el doble, Señor, de lo que me diste, y eso me tranquiliza porque sé que si bien pocas cosas he hecho como es debido, al menos una sí: la de haber estudiado en SAFA donde me lo enseñaron. En SAFA, donde además me dieron una carrera a base de becas, y unos valores y me inculcaron la fe. Realidad ésta que en desagravio a esta moda de criticar y renunciar a la enseñanza cristiana, la mala educación de curas y de monjas, dicen, quiero enaltecer, reconociendo cuanto hicieron por mí. Al tiempo que los bendigo y les doy las gracias, y lo proclamo, porque si no llega a ser por ellos, yo estaría ahora de pastor paseando cabras por los riscos y no aquí, a vuestro lado, como muchos de vosotros no serías quienes sois ni estarías aquí, ahora, tampoco, libremente, gozosos y felices de estarlo.
La SAFA es grande también porque es grande su obra. Ella hizo que muchos niños y jóvenes huérfanos, pobres, desamparados, perdidos…, tuvieran un hogar, más o menos digno, pero un hogar, una cama, un pan, un libro, una oración y una esperanza. Ella hizo cuanto estuvo de su mano para sacar del hondón de cada uno de sus hijos lo mejor… Y de aquí, por ello, han salido grandes artistas, premios nacionales e internacionales, Príncipe de Asturias, excelentes escritores, inspirados poetas, geniales novelistas, historiadores de fama reconocida, investigadores soberbios, pintores extraordinarios, actores, danzarines, dramaturgos, escultores, arquitectos, directores de cine, fotógrafos mágicos, músicos de categoría, dignísimos artesanos, deportistas ejemplares, y maravillosos profesionales en todas las ramas, desde admirables mecánicos a extraordinarios médicos, científicos, empresarios… Y maestros y profesores sublimes… Sacerdotes y religiosos ejemplares… Y hasta políticos famosos. Y siempre en vanguardia, siempre adelantada a su tiempo, siempre dada a los más necesitados… Porque eso sí que nos lo grabaron bien en la conciencia, el de saber que hemos de compartir, el de mirar hacia los más débiles, el de hacer por ellos, el de que no olvidemos nunca de que no es justo que unos tengan mucho y otros nada, teniendo siempre, además, claro, que no sólo el reino de los cielos es para los pobres, sino que también debe serlo el reino de esta tierra.
Y termino. Queridos amigos y compañeros, distinguidas esposas y demás acompañantes. Termino agradeciendo a mi amigo Paco Bordés su insistencia e interés mostrados en darme hoy la palabra, y agradeciendo, cómo no, la asistencia de todos los que habéis hecho el gran esfuerzo de responder a su amable llamada y a la llamada de los demás organizadores, a los que hemos de reconocer también, dicho sea en justicia, su gran trabajo y sacrifico. Bienvenidos a Úbeda. Bienvenidos seáis todos, en especial los que venís de lejos, algunos incluso de más allá del océano. Bienvenidos a nuestra escuela, a nuestra casa. Bienvenidos al encuentro de unos con otros. Bienvenidos a la amistad, a esa amistad que brota de los corazones de quienes estudiamos aquí. Porque ser de SAFA es como tener una acreditación especial que te abre las puertas de la limpia convivencia. Sólo encontrarnos con alguien ajeno y saber que hemos estudiado en SAFA, ya nos hace ser amigos. Bienvenidos, pues, cuantos estáis aquí, al reino de lo que fuimos y somos. Porque fuimos labrantío, tierra cultivable dispuesta a ser sembrada, que se dejó sembrar. Y porque ahora podemos ser espigas doradas, azules, grises…, pero jamás personas desagradecidas. De ahí que haya escrito este poema, que en nombre vuestro, amigos y compañeros, como punto y final de estas palabras mías, en nombre de todos y para todos, dedico a la SAFA:
Como a la vida misma te queremos.
Como se quiere a un niño que nos nace,
tan sencillo, tan frágil, tan pequeño.
Como se quiere al aire que nos llega
para que, en su frescor, lo respiremos.
Como a una madre buena que dio todo
sin pedir nada a cambio, te queremos.
Como a esa esposa fiel que se hizo nuestra
y nos llenó de entregas y de besos.
Como a ese amigo noble que está ahí,
a tu lado en lo malo y en lo bueno.
Como a ese amanecer que trae colores
y te los da de lumbre y de silencios.
Como a esa claridad que late a vida
y nos llena de luz los sentimientos.
Te queremos, sin más, porque nos diste
formación, el mayor de los talentos,
la moneda de luna para ser
y con la que poder comprar el cielo.
Te queremos por darnos cuanto eres:
tu rueda de engranaje sosteniendo
la cruz, el libro, el yunque…, cual emblema
que llevamos prendidos en el pecho.
Te queremos por ser abrazo, hogar,
semilla, corazón, agua, sol, sueños,
recuerdos, amistad, lucha, añoranza…
Te queremos por ser nuestro colegio,
nuestra casa de siempre, nuestra estrella,
nuestra escuela de altura y nuestro vuelo.
Por todo y tanto, SAFA, agradecidos.
Por todo y tanto, SAFA, te queremos.
Es una pena no tener grabada la lectura por parte de Ramón. Fue una lectura vibrante y emocionante. Los que estábamos escuchando le dimos, puestos en pie, un aplauso de los que marcan época. Extraordinario el amigo Ramón.