Juan Antonio Fernández Arévalo.
(A mis compañeros de la promoción de 1963)
Siempre he envidiado la vinculación de estas tres hermosas palabras con la historia de Francia y no solo con la Revolución francesa. Son palabras que han estado grabadas en la mentalidad colectiva del pueblo francés. Independientemente del momento histórico, han constituido las señas de identidad de nuestra vecina nación.
Esas palabras no son vacuas, están cargadas de sustancia: de conquistas sociales, de derechos humanos, de respeto, de tolerancia, de futuro, de esperanza…
La historia, sin embargo, ha sido bastante cicatera con España en la utilización de estas tres palabras llenas de ecos revolucionarios. Tan solo unos cuantos oasis de libertades y derechos en el inmenso desierto de nuestro devenir histórico. Y es que España, como decía el poeta, tiene una historia triste.
Yo quiero en este momento hacer una referencia a la tercera palabra: fraternité, que quizá sea la de menor carga ideológica, pero no por ello la menos importante y trascendental en las relaciones humanas.

La fraternidad no puede confundirse con la caridad que, a veces, se contrapone a la justicia social y otras se convierte en un refugio con el que muchos pretenden acallar su mala conciencia. La imagen de la marquesa repartiendo limosnas en un cortijo extremeño (“Los santos inocentes” de Miguel Delibes, llevada al cine por Mario Camus) es un ejemplo obsceno de una caridad mal entendida, que a menudo vemos repetirse.
Tampoco coincide plenamente con la solidaridad, aunque ésta sea muy encomiable y necesaria, porque mientras la solidaridad tiene algo o mucho de imposición desde arriba (la progresividad de los impuestos, por ejemplo), la fraternidad surge de manera espontánea desde abajo, desde las conciencias más limpias y generosas, desde al amor al más próximo, a aquel con el que entrelazamos nuestras vidas.
Si reivindico la fraternidad, además de la solidaridad, es porque yo he tenido la experiencia de vivir fraternalmente con toda naturalidad, sin saber quizás que esa forma de comportamiento se llamaba fraternidad. Nos salía de dentro sufrir con quienes sufrían y gozar con quienes gozaban. Hemos aguantado las vicisitudes e injusticias de una vida dura y ascética porque nos sabíamos acompañados y comprendidos en esa lucha hacia el pequeño paraíso que significaba ser maestros. Y vivíamos esa vida con alegría, con humor, con ironía, despojados de muchas de las exigencias biológicas y afectivas propias de la juventud, porque nos sentíamos identificados con otros jóvenes como nosotros con quienes teníamos una afinidad que trascendía el mero compañerismo.
Más tarde, hemos pagado un peaje más o menos alto por esas carencias que se nos hurtaban, pero al final ha quedado incólume ese sentido de la amistad, de la lealtad, de la ética y de la fraternidad que somos incapaces de transgredir.
Fuimos hermanos, quizás más que hermanos, en los difíciles años en que convivimos, con las estrecheces que lo hicimos, compartiendo lo poco que teníamos para compartir. No he presenciado nunca una tristeza por el éxito de los demás o una alegría por el fracaso de otros; al contrario, nos identificábamos con la tristeza y con la alegría del compañero como si de la nuestra se tratase.
Quizá pinte un panorama idílico, yo que tan crítico soy con muchas actuaciones del “sistema” educativo de la SAFA, y ni siquiera sé si fue la SAFA o fueron las circunstancias las que propiciaron ese sentimiento de fraternidad, que hace unos días hemos vuelto a descubrir. Solo sé que este encuentro en el quincuagésimo aniversario de nuestra promoción fue un auténtico regalo para el espíritu, algo ajado ya, que espero seguir disfrutando año a año mientras la salud nos vaya respetando.
A lo largo de mi vida profesional y privada he tenido buenos y no tan buenos compañeros y excelentes amigos, pero el sentido fraternal se apagó en buena parte con aquella primavera de 1963. Estos días revivió fugazmente y el corazón ha encontrado un hueco donde anidar aquella sensación única: la fraternidad.
Soy consciente que me ha salido un discurso un tanto cursi y bastante sentimental. No creo ser cursi, pero sí soy un sentimental empedernido y os confieso que mientras escribo estas sentidas líneas afloran unos recuerdos llenos de emoción y de cariño. Muchas gracias a todos por haber alimentado, con vuestra presencia, lo mejor de mi memoria.
Cartagena, 20 de mayo de 2013.
Juan Antonio Fernández Arévalo.

Por Temas

Un comentario en «LIBERTÉ, EGALITÉ, FRATERNITÉ»
  1. Juan Antonio escribió el presente artículo para sus compañeros de curso, no era su intención que se difundiera. Llegó a mi ordenador, no recuerdo la vía, y me pareció tan bueno que, según yo, no se merecía que durmiera en el cajón de los justos. ¡Con la que está cayendo!… un poco de aire fresco y sano nos viene bien a tod@s.

Deja una respuesta