Dice mi amigo Pepe Aranda que la eternidad es parecida a dos mujeres despidiéndose. Con Lola Prado yo también soy mujer. Es una persona que detiene el tiempo y te regala el contenido.
Mi cara física cambia y también remueve las raíces del alma. ¿Que exagero? Cuando nos veamos, te fijas en estos aspectos. Y todo por un cuadro: por este cuadro que puedes ver.
Está expuesto en lugar preferente de mi casa para ser admirado por las visitas y que puedan percibir una gran obra con una técnica pictórica innovadora y el aliento que todo artista deja en su trabajo.
«Admiradlo» ‑les digo‑ «de día, con luz y sin luz, miradlo luego de noche, encended una vela, dejad solo la luz del ordenador, cerrad los ojos y veréis distintos cuadros». Me ha regalado muchos cuadros en uno. Un cuadro multifocal por los distintos efectos que produce la luz sobre él. (Vuelve a mirar el cuadro, por favor).
Lola Prado Herrero, profesora titular universitaria de Madrid, me dice que no es mujer de dar rodeos al obstáculo, sino que lo mira de frente, lo fija y lo cita a pecho descubierto y lo traspasa con sonrisa, además. Creo en la existencia de los ángeles y ella es una buena razón.
Un cuadro es un artista y el arte se llama Lola. Fijaos en las líneas: cómo suben al cielo, a pesar de sus aparentes torcidos, aseguradas en su sólida base. Es precisamente la Safa, es la vida, concretamente la mía: una casa madre, un Cristo enorme, una elevada torre, una atenta campana y un reloj que marca la hora, a veces demasiado temprano, a veces demasiado tarde.
Pero también se ve la esencia, la huella, el duende andaluz. Cuando lo miro, sueño estar en un ascensor que sube y baja lentamente sin cesar, muy apacible en su caminar. Realmente viajaba en una nube de dulce algodón, adonde conduce la paz.
Si el tiempo es el don más importante que tenemos, si alguien te regala un trozo del suyo de manera desinteresada y plasma su saber y sus sentimientos encima del lienzo, ¿no se te derrite el corazón? ¿No es para ennubarse? Pues eso me ha pasado.
Yo, que tengo ya cadera perpetua (como diría Enrique Hinojosa), que mis circunferencias disminuyen por efecto de la mucha edad, la dejadez del pensamiento y los recortes obligatorios de los médicos, recupero con tu cuadro, Lola, el sonido de la música y el verso de la lectura y me haces creer que todavía no es tarde para nada, que no me quitaron el horizonte y que puedo comer una manzana con esperanza, sin jeringas y sin suspiros.
No hay dinero suficiente para pagar este cuadro creado para mí, ese tiempo transformado en amistad, el arte reconocido indiscutible y tantas otras cosas que me has dado, cuando mis vientos no son favorables; pero sí mi gratitud eterna. Esa eternidad de la despedida de dos mujeres.
Que las estrellas te guarden.
22, de mayo de 2013.
ehinojosa04@yahoo.es